viernes, mayo 26, 2006

Kepler

En un momento en el que el sector editorial se queja de la escasa lectura entre la población (lo que es cierto), el poco apoyo oficial a la edición (lo que es discutible, por cuanto el discurso de trasladar la responsabilidad de los temas a los organismos oficiales es fácil y poco original) y la falta de incentivación al mercado (lo que es evidente), existen iniciativas que llaman la atención por su grado de originalidad e innovación.

El proyecto Kepler se presentó en Madrid como iniciativa de una joven y pequeña editorial coruñesa que busca 90 títulos técnicos para editar en 2006 y a los que destina millón y medio de euros. El proyecto va acompañado por numerosas iniciativas que fomentan la transparencia en la relación autor y editor y que suponen la irrupción en el sector de las nuevas tecnologías de la comunicación que son habituales en el sector financiero.

Curiosamente, a este proyecto se le ha bautizado con el nombre del astrónomo que intentó describir la armonía del universo conforme a las leyes pitagóricas y que acabó descubriendo sus tres leyes como consecuencia de las observaciones de Brahe a su obra. Teoría, refutación y nueva teoría. Así progresa la ciencia, y así lo hace un sector que, como el resto de la economía, sólo necesita de ideas originales e innovadoras para que entre todos busquen la solución al problema que se intenta resolver: la introducción del libro en los hogares como un artículo más del cesto de la compra.

viernes, mayo 19, 2006

Profesional

“No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra”, decía León Felipe. Yo tampoco quiero cantar, sino hablar en voz baja, como en confidencia, sentado ante el café de cada mañana, pero esta vez con el mármol frío y las nubes de una primavera aún sin flores.

Quiero confesar algunos de mis sentimientos al recrear una parte de mi camino como romero, sin más oficio, romero sólo. Pasamos por la vida una vez y nos cruzamos en el camino con seres de todas las apariencias, razas y creencias. Hay seres que van sembrando grano y seres que se dedican a picotear y arruinar cosechas. Hay seres que te acompañan un buen trecho, bajo castaños y robledales, disfrutando de la compañía amena, del buen hacer y el mejor enseñar, y seres que aún en su sencillez saben volcar valores y dignidad. Emilio Veiga es uno de esos seres que te enriquecen profesional y humanamente, que es lo mejor que se puede decir de una persona.

He tenido la oportunidad y la suerte de compartir dos años con él en una relación fluida presidida por el respeto mutuo, la humanidad y la profesionalidad. El café de cada mañana era la oportunidad para intercambiar ideas, contarnos historias o pedir pareceres. Por mi parte, confieso que ha sido una oportunidad para enriquecerme profesionalmente. Hay gente que merece que te descubras porque sabe aportar cosas, y gente que no merece más allá de lo que exigen las buenas maneras y la educación.

Para mí, Emilio Veiga ha sido un profesional con todas las letras y la extensión de la palabra. Ha sabido aportar cosas y enseñar otras formas de hacer lo mismo. A eso algunos le llaman innovación; yo le llamo profesionalidad. Después de dos años, lo que uno desea es poder presentar un buen balance de cosas hechas. Eso es lo que se espera de cualquiera que desarrolla un trabajo. Pero si, además, ese trabajo es el fruto de una formación envidiable, perfecto. Capital Intelectual a tope: Duke y Esade han hecho su labor, y tú pusiste tu sello personal.

A partir de ahora el café va a ser distinto, sin duda, porque ese camino que hemos recorrido en nuestra peregrinación por la vida nos ha cambiado también.

Hasta pronto.

De Armas tomar

Boquiabierto me he quedado ante el artículo de Armas Marcelo en ABC que tenía pendiente sobre la mesa de mi escritorio, en el que critica apasionadamente a la directora de cine Anette Olesen por haber antepuesto el respeto a la libertad de expresión. El motivo, por supuesto, no era otro que las caricaturas de Mahoma. Y para ello, el escritor canario hace uso de Popper y Freud (por cierto, a este último, cuyo nombre ha utilizado en el título, sólo lo menciona en la última línea del artículo).

Confieso que empieza a aburrirme el tema. Sobre todo, porque no acabo de entender ese fanatismo ideológico con que unos y otros se atrincheran defendiendo los valores más sagrados de sus respectivas culturas, incapaces de elevarse un palmo del suelo y, al modo budista y antes de abrir la boca, rezar algo similar a “debo respetar la cultura del prójimo”. Porque ese es el auténtico germen de la libertad: el respeto. Nadie tiene por qué comulgar con nuestras ideas ni nos podemos sentir paladines de nadie. No se les falta a los musulmanes más moderados, señor Armas Marcelo, por afianzarnos inalterablemente en nuestra “verdad” conquistada a la historia. No haga que le recuerde cuántas verdades históricas pueblan la ignominia humana.

Normalmente, detrás de las ideas siempre se encuentran los intereses. La Historia, la gran maestra del hombre, nos lo recuerda a cada instante. Incluso los católicos hemos sufrido una Inquisición ignominiosa; no digamos ya las polémicas permanentes que se originaron (y todavía subsisten) con la conquista colonial de las Indias por Cristóbal Colón y los “justos títulos” esgrimidos por unos y otros.

Sólo hace falta leer con detenimiento sus propias palabras, aquellas que utiliza para argumentar sus razonamientos: “…defienden el sentido obligatorio del respeto a las religiones por encima de la libertad de expresión”. Evidentemente, caballero, porque el respeto, sea a lo que sea, es una premisa del ser social, del hombre que vive en sociedad. Si no hay respeto a la persona, a la vida, a las ideas del prójimo, a su carácter y personalidad, a su cultura…, no puede haber, amigo mío, libertad de expresión. Es imposible. Aunque intente adjudicar argumentos serios y respetables a posiciones doctrinarias cuestionables, como ha hecho con una frase como “me gustaría preguntar si los dibujos publicados en la prensa alemana en los que se ridiculizaba a los judíos también formaban parte de ese concepto (libertad de expresión)”. Ese tipo de técnicas ya han sido analizadas previamente por lingüistas de prestigio. Le recomiendo la atenta lectura del libro de Malmberg “El poder de la palabra”.

No, señor Marcelo. La sociedad abierta de Popper es una sociedad donde se pone en tela de juicio el concepto de verdad eterna e inalterable. La verdad para Popper, aunque suene duro, es una “verdad útil”. Puesto a recomendarle, y con toda la modestia, también le aconsejo volver a leer la obra de este filósofo.

Comunicación pública

Hay tres principios esenciales para la comunicación de la Administración Pública. Por un lado, un imperativo legal que preside la actuación de las administraciones, que es la obligación de coordinación, impuesta por el ordenamiento jurídico; en segundo lugar, la transparencia, aunque ha sido siempre un principio de actuación no inherente a las políticas de los diversos organismos, pero que es un requisito ineludible si atendemos al carácter de servicio público que tienen las actuaciones de las administraciones, y por último, el requisito común para todas las estrategias de comunicación en las organizaciones, que es la de tener un mensaje único que transmitir.

Cuando cualquiera de estos tres principios faltan en la relación de nuestras Administraciones con el ciudadano, su cliente, hay que pensar que es muy probable que en la cocina del Ejecutivo existan demasiados maitres que den órdenes y pocos camareros sirviendo platos.

Adopciones

Xavier Salas, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y creador de la Fundación Umbele, propuso hace ya cerca de un año una forma de devolver la esperanza a los países africanos: que nuestras empresas adopten aldeas y ciudades. Si un ciudadano corriente y moliente puede adoptar a un desahuciado por la fortuna, decía Xavier, ¿por qué no puede una empresa hacer lo mismo con una aldea africana?

Es la nueva acción social solidaria con el tercer mundo. La idea de Xavier, economista de reconocida valía, no es desaprovechable, todo lo contrario. La intención es buena, sin duda, pero una idea como ésta contiene siempre una disyuntiva implícita con connotaciones éticas en las que cualquier alternativa es de difícil justificación porque siempre hay alguna otra tan válida como la elegida.

En ese sentido, el planteamiento de Xavier se me antoja parcial, o quizá sería mejor decir incompleto y con tintes demagógicos. Permítanme que ejemplifique para que entiendan a lo que me refiero, aún sabiendo que son silogismos que hay que examinar aislados de su contexto.

El mismo argumento podría utilizarse para muchos otros temas y países, aunque no estén precisamente en África. Seguramente más de uno dirá que la auténtica responsabilidad social de una empresa es la de crear empleo, y tendría razón, aunque nuestras necesidades no tengan absolutamente ningún parangón con las de aquellos para los que incluso un pedazo de pan es un lujo inalcanzable. El círculo argumental en el que podríamos incurrir sería vicioso: si hay más empleo, podría haber más ciudadanos que adoptaran niños africanos. Y así permaneceríamos en un constante ir y venir de argumentos que, aisladamente considerados, tendrían su parte de razón.

Para quienes tenemos hijos, su futuro es lo más importante. Si el 0,7% de los beneficios de las empresas españolas se destinara a crear un fondo para dar empleo a nuestros jóvenes, ¿cuántos podrían colocarse cada año? Estoy hablando de adoptar jóvenes, o desempleados de larga duración, o integrantes de familias sin un sueldo en casa, o…

¿Y por qué no otro 0,7% para esos países en desarrollo? Estamos hablando de 3,4 euros por cada 100 ganados, es decir, aún quedan 96,6 euros de libre disposición. Estamos hablando también de nuevos cotizantes a la Seguridad Social, que alimentarían nuevas familias, generarían más consumo para las empresas y más riqueza (Como si se tratase de una bolsa de empleo existente fuera de las empresas, una moderna oficina activa de empleo, donde se cubrirían las necesidades empresariales de mano de obra y los empleados se verían retribuidos con esos fondos aportados por todos).

Si la empresa X gana 100, debe destinar 0,7 a crear empleo y otros 0,7 a ayudas al tercer mundo. En definitiva, adoptaríamos jóvenes sin empleo, les daríamos un sueldo por realizar un trabajo, y no como hemos acostumbrado a nuestros desempleados, a darles un sueldo por estar en casa.

Pero por qué no hacer lo mismo con nuestros mayores, con los inmigrantes, los minusválidos, el patrimonio arqueológico, los tesoros culturales, la edición de libros…

Descubrimientos

Encuentro un deleite muy especial en las páginas de ciencia o en las noticias de carácter científico de los diarios. Estos días, por ejemplo, me asombro de que nosotros, en pleno siglo XXI, adoradores de los avances tecnológicos y de ingenios espaciales, predicadores de globalizaciones y del empequeñecimiento del planeta, sigamos haciendo descubrimientos inauditos. No hablo de que una luna de Saturno tenga agua, puesto que todo lo que se encuentra más allá de la estratosfera sigue siendo un gran enigma por desvelar, sino de que nos digan que la isla de Pascua fue un paraíso perdido miltoniano que comenzamos a destrozar hace ochocientos años, o que se haya localizado la tercera catarata más alta del mundo en plena selva peruana, o que en las montañas Foja, en Papúa-Nueva Guinea, existan aún especies desconocidas, que hayamos descubierto un crustáceo con pelo, o que todavía hace pocos días se haya visto por primera vez una ciudadela preinca en el distrito de Lonya Grande, en el Amazonas.

Son los clásicos descubrimientos que te afianzan en la esperanza de que todo tiene remedio: se acabará el petróleo, pero seguro que encontraremos yacimientos nuevos; acabaremos con el buitre leonado, pero aparecerán nuevas especies de aves que no conocíamos; joderemos el oxígeno del planeta, pero inventaremos una máquina que lo obtenga de todo tipo de compuestos químicos que tengan la mínima partícula de ese elemento indispensable para nuestra subsistencia.

Confieso una admiración secreta por cuantos dedican su vida a la noble tarea de la investigación: en ellos depositamos nuestro futuro. Admiración que, reconozco, no les ayuda lo más mínimo para pagarles el colegio a los críos o para comprar esos libros que cada día son más caros. Una admiración que, por otra parte, no les evita una profunda decepción ante los nuevos ídolos de los medios, del pueblo soberano, toda esa gentuza que hace de su vida privada su principal medio de subsistencia (por cierto, increíblemente bien remunerado) y que fomentamos como modelos para una juventud que debe contentarse con el esfuerzo presupuestario de una administración que pagará a un puñado de nuestras jóvenes mentes brillantes hasta 600 euros al mes. ¡Menudo despilfarro! A todos esos mequetrefes se les paga diez veces más por treinta minutos de su valioso tiempo dedicado a discutir por si salieron o no con el hijo de la vecina del tío de la de enfrente… ¡Todo un descubrimiento!

Vigo

Una vez más me acerco a Vigo, una ciudad agreste para el transeúnte. Es como un balcón al mar, de bellas vistas, pero de difícil acceso. Apasionado como soy al paseo lento y solícito de terrazas y fachadas, me recreo de nuevo en su arquitectura racional y en el área que abarca desde Gran Vía al Puerto, con Pi i Margall y Urzáiz, aproximadamente, como principales lindes. En el centro, el Castro, una fortaleza natural y casi inexpugnable. Desde sus atalayas se observa un Vigo industrial y marítimo, pujante y laborioso. Aquí se concentra la mayor oferta laboral de Galicia, pero también es la nueva personificación de los reinos de Taifás, con sus innumerables contradicciones y peleas internas. A Vigo le falta un dirigente que aglutine voluntades para convertirse en la Barcelona del Atlántico. Y puestos a pedir, si fuera algo más llana, mejor, aunque sólo fuera por consideración a quienes preferimos la velocidad del pie a la del tranvía. Aunque en este caso posiblemente no fuera necesario un laberinto urbanístico como el de la ciudad olívica, con un campus universitario que me asustó la primera vez que lo visité, por mal comunicado y distante de la ciudad. Lo siento, pero he disfrutado siempre del campus pegado a la ciudad, con metro, autobuses y bellos paseos primaverales. Digamos que hablo de Barcelona o de Madrid, por no citar a Salamanca o Santiago con sus facultades en pleno corazón artístico y monumental. Al pretexto del espacio siempre le objeto el pretexto de la especulación y el precio del suelo, porque hace años en muchas de nuestras ciudades lo que sobraba era suelo y lo que faltaba era planificación. La vida urbana es más intensa cuando los estudiantes forman parte de su paisaje cotidiano. Santiago no sería lo que es sin su tuna y su Alameda. Lo mismo pasó con el campus de Riazor: ya no es lo mismo para quienes conocimos el antes y el después de su emigración a Elviña, que también carece de una comunicación ágil y racional. Pero Vigo apostó por una ciudad universitaria en toda la extensión de la palabra, aunque con débil equipamiento estudiantil hasta el momento. Sigo Gran Vía arriba, hacia Plaza de España, y comienzo a sentir las cuestas en mis piernas.

lunes, mayo 08, 2006

Competitividad

La primera vez que pisé un periódico fue para encargarme de la sección de Extranjero. Fue hace veinte años, pero en aquella época todavía se trabajaba con teletipos y la maquetación se hacía con tipómetro y mucha intuición. Gané la admiración de mis superiores cuando el responsable de talleres les comentó que las páginas de aquel gallego novato habían quedado clavadas, sin necesidad de tocar una sola línea.

Tiempo después, y gracias a que toda la vida me he dedicado a estudiar los temas más diversos, estaba sentado ante un ingenio mecánico que facilitaba sobremanera la contabilidad de los clientes de una empresa de coloniales. Me consideraba bueno en Contabilidad, y por tal me habían contratado, pero jamás había visto en mi vida una Soentron como aquella, que no tardé en dominar en un par de días.

Lo mismo me sucedió en sucesivas ocasiones ante máquinas, ordenadores (uno de los primeros ordenadores personales de una conocida empresa lo tuve en mis manos) y software de diversas clases. Sin embargo, siempre he quedado perplejo ante la insistencia en que la tecnología y los costes son los que marcan la diferencia de competitividad en las organizaciones. Efectivamente es así entre organizaciones que fabrican el mismo producto y que se diferencien por su nivel tecnológico o por su estructura de costes, pero el contrapunto a la posesión de tecnología se encuentra en que ésta es fácilmente adquirible y no resulta difícil aprender su manejo. Y digo “aprender”, no “comprender”. Los países emergentes de Oriente no sólo se caracterizan por sus bajos costes salariales, sino porque están incorporando con gran celeridad las nuevas tecnologías a una mano de obra barata que aprende con facilidad.

Por eso pongo los ejemplos. La tecnología en sí misma es un elemento diferencial a corto plazo. Lo que realmente diferencia a una organización de otra es su capital intelectual, que no es copiable en absoluto, y que es el que marca la diferenciación, permanente en el tiempo, a través de procesos de innovación.

Existe un principio básico de actuación en marketing que dice que no debes actuar antes de establecer tus objetivos. De igual manera, en la economía productiva ningún empresario actuaría antes de conocer a fondo su negocio. Sin embargo, a diario nos encontramos con ejemplos de todo lo contrario: dirigentes de todos los ámbitos que actúan sin objetivos y sin conocimiento de lo que llevan entre manos, o que recurren al lugar común como la mejor definición de una situación dada.

Un ejemplo lo tenemos en la educación como valor para la competitividad empresarial. La repetida expresión que afirma que el personal es el elemento más importante de la empresa, no se ve correspondida con una estrategia de recursos humanos que planifique, reclute, gestione y potencie un valor tan decisivo para las organizaciones.

Si le pedimos a alguien que describa nuestra época, recurrirá a los clichés por todos utilizados. El más común, posiblemente, sea el de “sociedad de la información”: una definición que encontramos en el primer capítulo de numerosos ensayos de literatura empresarial y de management. Y efectivamente lo es, no lo vamos a poner en duda, pero describir una época no significa describir un escenario futurible, sino ser consciente del punto de partida. La diferencia entre ambos estadios radica en que el trayecto de uno a otro se recorre mediante la gestión del cambio: Desde un punto de partida a un punto deseable.

Analizar el entorno diciendo que estamos en la sociedad de la información, la innovación y la importancia de la tecnología no significa más que describir lo que nos rodea, pero no a dónde queremos llegar. Y a donde va nuestra sociedad no es a otra sociedad de la información, sino de la educación, una “sociedad educativa” donde la educación durante toda la vida será la que abra la puerta a la creación de conocimiento sobre el que fundamentar la innovación y la diferenciación. A eso se refería la UNESCO en el informe de 2001. Cinco años después, seguimos comprobando que la formación no es un elemento pilar del futuro de nuestra sociedad. Si no podemos competir en costes, busquemos otra variable para hacerlo. A eso se le llama crear mercados, buscar la diferenciación.



Punto y final

No haré caso a Whitman y escribiré poemas que se refieran a las partes y no al todo, aunque la ortodoxia del género me diga que no es lo correcto. En estos momentos, ante el folio en blanco, debo cumplir con la obligación contraída de los dos artículos semanales aunque no pueda pensar en otra cosa que no sea el futuro como parte del pasado. “El futuro al fin tiene cara”, escribía Octavio Paz. El futuro, en la cuarta planta del hospital Novoa Santos de Ferrol, tiene la cara de la esperanza resignada a su mala suerte. Llevo un mes entrando y saliendo de ese edificio con aire de pazo gallego, donde aún se oyen los pájaros y huele a verde de pinos y lluvia.

La cuarta planta es un taller donde se escribe el último párrafo de la historia personal de sus habitantes. “Es una planta especial”, te dicen cuando atraviesas la puerta por primera vez pensando en la nefasta rutina de la Seguridad Social. El tiempo hará que todos los defectos que has criticado a un régimen de sanidad pública gestionado con criterios funcionariales, se ven paliados con un centro como éste, donde todavía el hombre es un ser humano.

Decía que la cuarta planta es donde, si quieres, recuerdas, y si quieres, olvidas, como versificaba la poetisa Christina Rosetti. Allí sus inquilinos escogen, con la paciencia de quien se sabe ajeno al tiempo, sus últimas palabras y las hilvanan como pueden y saben antes de que nosotros, censores del lenguaje, les pongamos el punto y final.

Yo sé que me recordaste en estos últimos días porque te delataron tus pocas palabras. No he podido retenerte, ni hubiera sabido. Dicen que el dolor es lo único que llena el vacío del amigo ausente. Para mí, pequeño admirador de Unamuno, lo que llena ese vacío es el recuerdo, el único vencedor de la muerte.

No llegué a saber qué me querías, aunque lo imagino. Fueron muchos años juntos, creciendo hombro con hombro, y me otorgo el derecho a saberlo, y más cuando sé que llevabas diez años luchando sólo para ver crecer a tu hija. No creo que importe otra cosa llegado el momento. No te preocupes; sabré hacerlo.


Talla 34

Aunque me negué en un principio, pero sin la convicción que requería tal menester, no pude evitar que mi cuerpo acabara en un desfile de tiendas a lo gaudí, yo, que disfruto de los vaqueros como prenda de todo tiempo en el sentido más literal de la palabra, apiñado en un remolino de jóvenes con más de diez euros en los bolsillos, más de lo que hubiera soñado en algún tiempo en que maquinábamos la mejor forma de desvalijar furtivamente la hucha para invertir en cómics y chicles, los valores más cotizados de la época, entonces no había Bolsa ni casi periódico, y los valores bursátiles más conocidos eran las matildes, el dictador de la época -esfuerzo le costó-, videla, cuántos quebraderos de cabeza para cerrar la página de internacional cuando el desfase horario convertía al argentino en el delincuente de mis tardes-noche en la calle moros de gijón, y ahora, en cambio, el problema es encontrar una talla normal, para un crío que ha cogido no sólo los planes de desarrollo de lópez rodó sino también el baby-boom, los yogures de sabores y las hojas de lechuga en las hamburguesas completas, que dice que lo normal es la 34-36, haciendo un esfuerzo podemos llegar a la 38 ajustadita, ¿pero no pretenderá usted que la 40 sea de un niño sano?, no, qué va, que ya sé el rollo ese de la responsabilidad social corporativa y las ayudas a los países del tercer mundo, el cumplimientos de los derechos humanos relativos al trabajo infantil y la deslocalización más ajustada a la libertad de mercado, no me interprete mal, ¿pero no me dirá usted que las modelos que se enfundan estas miniaturas son el prototipo de la juventud española?, ¿quiere decir que son todos anoréxicos?, no diga usted eso, qué barbaridad, ¿no pretenderá que fomentamos la anorexia?, no, por favor, no he dicho tal, sólo digo que sus preceptos de responsabilidad social son papel mojado frente a tamañas evidencias, enséñeme una talla 40 en este modelo por favor, ¡hombre, una cuarenta!, pues, sí, una cuarenta, que todavía existen criaturas que invocan a Tiziano y a Rubens por las calles españolas, afortunadas ellas aunque no lo sepan, o no lo crean, o lo que diablos quieran, yo sólo sé que incluso una talla 34 puede ser excesiva para algunos perímetros craneales, que esta tarde se está enredando como una madeja de lana vieja…