viernes, junio 30, 2006

Sobre artículos

Existen autores que han pasado a la historia por sus artículos periodísticos. El ejemplo por excelencia es Mariano José de Larra, pero muchos otros escritores serían incomprensibles si no fuera por esas columnas o artículos con que obsequiaban a sus lectores en los medios de comunicación de la época. En mi casa figuran en lugar destacado Clarín y Miguel de Unamuno, pero también los hay de especialistas en muy diversos campos de las ciencias o las letras que han convertido el artículo en su más genuina forma de expresión. Principalmente, el artículo científico que, por su rapidez y asequibilidad para quienes trabajan en un área determinada, personifica la vanguardia del progreso de la humanidad. Curiosamente, la mayoría de las obras técnicas que se publican no dejan de ser meras exposiciones del “estado de la cuestión” o manuales formativos, cuando las obras conjuntas y recopiladoras de artículos especializados son las que verdaderamente marcan la diferencia en el contenido de los volúmenes. Aún hoy día, tres volúmenes de artículos sobre diversas áreas relacionadas con la comunicación siguen estando plenamente vigentes treinta años después de su publicación en Argentina, con pequeñas modificaciones.

Estos días tengo la oportunidad de releer la columna de Carlos Casares en La Voz de Galicia, recién editada en formato libro por Galaxia y la Fundación Caixa Galicia. Hace tiempo le dediqué también un merecido homenaje en este mismo diario que llevaba por título “A marxe”. Me reconozco un devoto seguidor de la obra de Casares. Es una espléndida muestra de buen hacer con la pluma y de sensibilidad con el mundo que le ha tocado vivir, de inquietudes y pensamientos tanto como de ejercicio de la profesión condenada a la medida mutiladora de palabras.

A partir de ahora, dos nuevos libros me recuerdan desde el estante que a veces el artículo bien vale la pena.

Un canto a la virtud

El dicho bíblico recomienda que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están poblados de magníficas páginas que recogen la sabiduría de los pueblos a lo largo de muchos cientos de años. Sé de autores que se remontan a esos clásicos para ilustrar las tesis más diversas, desde las virtudes y defectos del ser humano hasta cómo dirigir una organización y los variados perfiles de sus directivos.

En materia de información, empeñarse en poblar las páginas de los periódicos contando las innumerables cosas que hacen las organizaciones a favor de terceros muy necesitados parece un empeño, cuando menos, de dudosa eficacia. Evidentemente, una organización, como cualquier persona física, tiene el derecho (y el deber) de información. Pero en esto, como en algunas otras cosas, las costumbres de las empresas norteamericanas de plantearte, al mismo tiempo que el contrato de trabajo, la firma de los manuales consiguientes de ética y valores propios todavía no se ha implantado en España. Manuales que deben recoger el “estilo” de la casa al relacionarse con terceros y que pueden incluir la “forma” de manifestarse cada organización con sus públicos.
La muy noble virtud de la ayuda desinteresada se reviste de tintes no tan desinteresados a los ojos del prójimo. Como siempre, la óptica del oferente (quiero que se sepa lo que hago) no necesariamente coincide con la óptica del demandante (qué interés tiene por contar lo que por definición es desinteresado).

Para estos casos, me parece más lógica la utilización de las técnicas de Relaciones Públicas o de Publicidad para transmitir la imagen de marca que se desee. En otras palabras, que una organización diga que aporta equis euros para ayudar a un colectivo desfavorecido y lo haga con focos, alcachofas y flashes, me parece de dudoso resultado ante una opinión pública que empieza a pensar que son generales las particulares denuncias de los periodistas David Jiménez y Ramón Lobo sobre la falta de escrúpulos con que algunos se están escudando tras las organizaciones no gubernamentales para esconder toda la miseria de las más ruines conductas humanas.

Me parece mucho más lógico que las bondades de tu mano derecha se revelen en tu propio gesto, en tu apariencia, utilizando como canales los propios de cada organización. Es decir, es lícito que diga que lo he hecho en mis propios escritos, pero de dudosa eficacia si lo hago bajo luz y taquígrafos.

Algo tan simple como utilizar la papelería de la empresa para introducir mensajes de marketing social (incluso las propias cartas de la organización) me parece un medio más idóneo para alcanzar la imagen deseada. Sin embargo, no son estas las técnicas que predominan en las organizaciones españolas, aún excesivamente volcadas en los medios de comunicación escritos. Aquí hay que apostar por la innovación. Curiosamente, algunas de las empresas mejor valoradas en el terreno social no son organizaciones que se caractericen por su intensiva presencia en los medios. Por algo será.

jueves, junio 08, 2006

Educación

No creo que el cambio, por sistema, suponga siempre una mejora. Se trata de un principio que no se sostiene. El cambio, a menudo, no es más que el resultado del prurito personal por crear la imagen de que uno es magnífico. “No eres bueno si te limitas a mantener y quizá mejorar lo que ya tienes”, parece ser el dicho que impregna la filosofía de los dirigentes en todos los campos de la vida pública. “Hay que cambiar todo, porque lo anterior siempre es malo”. Si entra un ministro nuevo al Gobierno, su huella tiene que quedar en la actividad legislativa propia de sus competencias. Y así nos va el pelo, con cambios en Educación cada vez que se asoma al poder un nuevo gestor de la res publica.

En la calle, cualquier tiempo pasado fue mejor. Hoy, en Francia los jóvenes se pelean por los contratos juveniles sin restricciones para el despido. En España, los estudiantes universitarios se convocan por móvil a los macrobotellones. No he visto una huelga romántica desde que algunos hemos coreado a Aranguren, Agustín Calvo y Tierno Galván en Madrid. En aquella época se leía poesía y a los clásicos; ahora los clásicos ni se asoman por las aulas y las lecturas más solicitadas no dejan de ser producto de intensas campañas de marketing y noticias en los telediarios. Existe una generación que se enorgullece de escribir con faltas ortográficas mientras cuelgan licenciaturas en las paredes. Ahora la cultura se ha reducido al dinero y el éxito se logra rápidamente con programas basura. Los medios de comunicación son una mera sucesión de sucesos y corazón, la cultura se ha escondido en callejones y escondrijos a la espera de tiempos mejores y nuestros jóvenes brillantes tienen dos opciones: reducir su ímpetu al ritmo del sistema, o esperar, a ser posible en otros lares, que estos analfabetos de la política, algunos ilustrados, dejen de inventarse asignaturas, carreras, itinerarios y memeces para que se cumpla el principio de que todo lo que puede empeorar, de hecho empeora.

Para mayor inri, la proliferación de universidades en las últimas décadas ha provocado que un gran número de plazas se cubrieran con el primero que pasaba por allí, y ahora, en un nuevo contexto de racionalización universitaria, los jóvenes que destacan no tienen perspectiva de carrera académica en treinta años, hasta que salga del sistema toda esa generación que se ha multiplicado al compás de la irracionalización, porque la media de edad entre el profesorado actual de la universidad española es muy baja, y eso provoca un tapón inasumible para las próximas décadas. Aún a pesar de que muchos pongan su esperanza en Bolonia y en una muy poco probable reducción del número de alumnos por profesor.

La perspectiva no es muy halagüeña. Mientras la educación se incrementa en toda la Unión Europea hasta conseguir que nuestros jóvenes se incorporen al mercado laboral con currículums envidiables, el mercado de trabajo que les ofrecemos les convierten en “mileuristas”. Las universidades, al compás del dictado de los políticos y del mercado, da bandazos a diestro y siniestro, hasta el punto de que incluso las titulaciones se ponen en tela de juicio en aras del mercado laboral real, que no es más que una quimera de miopes incapaces de ver más allá de sus gafas. Y así nos encontramos con titulaciones de Humanidades totalmente desprestigiadas laboralmente, y titulados de Ciencias, una buena parte de los cuales subempleados en lo que Anthony Giddens llama McEmpleos, que se han de limitar a cubrir puestos en empresas que no necesitan de tal nivel de cualificación.

Pero lo peor es que todos lo sabemos.

miércoles, junio 07, 2006

Estudiantes

Lo mejor de la Universidad son los estudiantes. No lo digo yo, que probablemente no sería tan rotundo en esta afirmación, sino un catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, Jesús García Jiménez, con el que hace pocos días tuve la oportunidad de intercambiar impresiones sobre el entorno de la comunicación organizacional. Fue en Madrid y a pocos metros, en la calle Alcalá, desfilaría una manifestación estudiantil contra la reforma de Bolonia. Madrid sigue siendo el hervidero de obras de Gallardón aderezado con el pimentón de la T-4 del aeropuerto de Barajas.

Las declaraciones de Jesús venían a cuento de sus apreciaciones sobre la inversión en formación de las empresas en los últimos años. “Hay directivos de tan corta talla intelectual que empiezan a recortar los gastos por la formación y la comunicación, porque son incapaces de verlos como inversión”, añadía, mientras me comentaba la enorme decadencia que se había producido en los últimos años en los cursos, seminarios y congresos de comunicación. “No hace mucho tiempo no había programa formativo de un centro de formación que no contuviera algún seminario sobre comunicación organizacional; ahora es prácticamente imposible verlos”.

Efectivamente, en los últimos tres o cuatro años han desaparecido radicalmente, porque ha entrado una nueva generación que adolece de todos los defectos de una formación eternamente puesta en tela de juicio por cuanto ministro y Gobierno entraba en el poder. “Y en materia de Comunicación Organizacional, la Universidad sigue al margen de las tendencias que existen en otros países”, afirmaba.

Aún así, para quien por primera vez escribió en España sobre comunicación interna en las organizaciones, los estudiantes siguen siendo lo mejor del sistema. En ellos depositmos siempre la esperanza de que lo que viene será mejor que lo que tenemos.