Hay cosas por las que no paso. Libre como soy para caminar en compañía de quien desee, como hacía Whitman (“I am a free companion”), no paso por las ridículas pretensiones de quienes se enorgullecen de sus faltas gramaticales, no gastan en libros más que la media de los españoles -es decir, nada más el diferencial de tu préstamo hipotecario- y encima pretenden enseñarnos a escribir a quines trabajamos con los diccionarios y las recomendaciones de la Real Academia sobre la mesa.
No paso por quienes confunden el género con el sexismo, ni por ese discurso barato de pretendidas feministas en defensa de la limpieza del castellano como si hablaran de la pureza de la sangre. No paso por admitir que se escriba “miembra”, “marida” y todo género de estupideces mentales, por muy bendecidas que estén por algunas administraciones de desmemoriados y pusilánimes que se apuntan al postor que les mantenga en la poltrona. No paso por eso.
En esta materia, soy recalcitrante. No admito formulas como “@” para eliminar los problemas insolucionables para algunos incapaces de escribir de un tirón un folio sin cometer treinta gazapos. No.
Si admitiera semejantes argumentos, significaría que tendría por válido que existieran academias, ortografías y gramáticas de toda especie de patanes: como no sabemos distinguir la be de la uve, acordemos por discreta mayoría de mentecatos que todo se escriba con be, y hagamos, en consecuencia, las “Recomendaciones democráticas para no perjudicar a la infancia en materia gramatical”. Soberana demagogia de monarquías absolutas vestidas del doctrinarismo de hace un siglo.
Obligado como estoy a recibir docenas de correos con todo tipo de faltas gramaticales, frases sin puntuación alguna pero sin la maestría de un “Oficio de tinieblas 5”, en mayúsculas hasta que te sangra la vista, y criterios sui generis adoptados por unanimidad del remitente pero incomprensibles para el receptor, no paso por que se nos pretenda tildar, en contra de lo que dictan los temarios correspondientes en la educación obligatoria, de tontos que no saben distinguir los términos masculinos de los femeninos en algunas palabras que se inventan sin el menor rubor.
Lo mismo sucede en otros idiomas y no se hacen el harakiri como nosotros. Incluso los hay que distinguen el tú masculino del tú femenino, y no es precisamente porque hayan adoptado un solemne acuerdo democrático, sino por vestigio histórico de la diferenciación entre hombres y mujeres en sus culturas. Y no por eso se avergüenzan de sus idiomas, que guardan toda la belleza de los siglos.
¡Así que... a pasear por ahí!
No paso por quienes confunden el género con el sexismo, ni por ese discurso barato de pretendidas feministas en defensa de la limpieza del castellano como si hablaran de la pureza de la sangre. No paso por admitir que se escriba “miembra”, “marida” y todo género de estupideces mentales, por muy bendecidas que estén por algunas administraciones de desmemoriados y pusilánimes que se apuntan al postor que les mantenga en la poltrona. No paso por eso.
En esta materia, soy recalcitrante. No admito formulas como “@” para eliminar los problemas insolucionables para algunos incapaces de escribir de un tirón un folio sin cometer treinta gazapos. No.
Si admitiera semejantes argumentos, significaría que tendría por válido que existieran academias, ortografías y gramáticas de toda especie de patanes: como no sabemos distinguir la be de la uve, acordemos por discreta mayoría de mentecatos que todo se escriba con be, y hagamos, en consecuencia, las “Recomendaciones democráticas para no perjudicar a la infancia en materia gramatical”. Soberana demagogia de monarquías absolutas vestidas del doctrinarismo de hace un siglo.
Obligado como estoy a recibir docenas de correos con todo tipo de faltas gramaticales, frases sin puntuación alguna pero sin la maestría de un “Oficio de tinieblas 5”, en mayúsculas hasta que te sangra la vista, y criterios sui generis adoptados por unanimidad del remitente pero incomprensibles para el receptor, no paso por que se nos pretenda tildar, en contra de lo que dictan los temarios correspondientes en la educación obligatoria, de tontos que no saben distinguir los términos masculinos de los femeninos en algunas palabras que se inventan sin el menor rubor.
Lo mismo sucede en otros idiomas y no se hacen el harakiri como nosotros. Incluso los hay que distinguen el tú masculino del tú femenino, y no es precisamente porque hayan adoptado un solemne acuerdo democrático, sino por vestigio histórico de la diferenciación entre hombres y mujeres en sus culturas. Y no por eso se avergüenzan de sus idiomas, que guardan toda la belleza de los siglos.
¡Así que... a pasear por ahí!
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