jueves, noviembre 29, 2007

De periodismo y periodistas

Un periodista debe escribir sobre todo, porque todo forma parte de nuestro interés o del interés de, al menos, una parte de sus lectores. También debe hablar o emitir las imágenes que considere más oportunas como testigo privilegiado de la actualidad y como mediador del intenso flujo informativo que caracteriza nuestra época. Nadie lo discute; todo lo contrario, parece una perogrullada por evidente.

Sin embargo, algunos llevamos tiempo advirtiendo del rumbo equivocado que estaba tomando la profesión en los últimos tiempos, producto del puro interés crematístico de las empresas regidas con la miopía de las audiencias. Un rumbo que caracteriza –es justo reconocerlo- sobre todo a los medios audiovisuales, inmersos en una batalla sin razón en la que se habían dejado aparcado el más elemental respeto por la profesión.

Y ello, fruto de varias tendencias que se han intensificado a lo largo de los años.

Por un lado, el eterno problema del acceso a la profesión cuando existen unos estudios desacreditados por las empresas que deben contratar a sus titulados, y que nadie respeta como medio de formación de profesionales de la información. Esta sinrazón se acrecienta con la creación, por parte de las propias empresas periodísticas, de sus titulaciones, más o menos respaldadas por centros universitarios, y que contribuyen sobre manera a la precariedad del sector, por un lado, y a la imposibilidad de crear un mercado laboral estable y con las reglas elementales de cualquier profesión.

Por otro, y ligado al anterior, observamos la proliferación de esas figuras pseudo periodísticas, como son los “colaboradores”, que han hecho emerger en las tribunas a toda clase de impresentables que ninguno de nosotros querríamos a nuestro lado como compañeros de trabajo. Figuras que llegaron desde el “famoseo” y los programas basura, o bien desde cualquier área que entrañe por sí misma una cierta “popularidad”.

Para mayor abundamiento, las empresas se excusan en datos de audiencia cuando muchos de nosotros no tenemos opciones reales para cambiar de canal, puesto que las empresas televisivas están inmersas en auténticas batallas por la audiencia con productos muy parecidos en las mismas franjas horarias. Y no es creíble la historia de que tenemos la Segunda, con programas de inmensa calidad, pero que no responden al amplio abanico que muchos desearíamos.

A mayores, se observa una clara regresión de la ética profesional en el ejercicio de la profesión comunicativa. Yo diría incluso que linda en lo más intolerable para una sociedad moderna y democrática, que propugna el respeto a los valores que predica nuestro texto constitucional. Sólo hay que detenerse a analizar la forma de presentar las noticias de ciertos programas vespertinos, el lenguaje utilizado en ellos y cómo las opiniones (subjetivas e incluso mal educadas) priman sobre la información.

La falta de códigos éticos y de órganos autorreguladores de la profesión dentro de las empresas favorece que se observen este tipo de conductas reprobables.

Algunos compañeros predican que no hace falta regulación para que funcione la profesión. El argumento no tiene base. Todo en la sociedad está regulado: los médicos en sus prácticas, los abogados y procuradores, las empresas que deben respetar los intereses de sus clientes y consumidores... Cierto es que la mejor regulación es aquella que no es necesario delimitar mediante normas jurídicas expresas, porque eso querrá decir que el sector funciona perfectamente sin necesidad de ellas. Y a eso se le llama autorregulación.

También es cierto que existe mucho maniqueísmo. El suceso acaecido con la muerte de la participante en un programa de televisión de la tarde (Antena 3) a manos de quien previamente le había manifestado su amor y condenado en juicio previo, no es más que algo que un día habría de ocurrir a la luz de la forma de funcionamiento de estos programas, pero no hay razón para cebarse en el programa, sino en la conducta generalizada de todo el sector.



De la misma forma, si la mujer de un conocido magistrado aprovecha la circunstancia de uno de los juicios más famosos de nuestro país, en el que ha intervenido su marido, para publicar un libro con información del mismo, aún siendo periodista y con el “deber profesional” de hacerlo, como dije al principio, levanta sospechas por el posible uso de información privilegiada y, cuando menos, es de dudosa oportunidad desde un punto de vista exclusivamente ético.

Para estas conductas, si los profesionales no las regulamos internamente, habrá quien llame al poder legislativo para que establezca las reglas de juego mínimas con las que trabajar. Y eso ni sería deseable ni conveniente.

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