Sin duda habrá que hacer una reflexión en torno a la forma de afrontar los medios (dejemos de lado la "censura" informativa gubernamental) el caso del atentado en Londres y el caso de Madrid. O sin ir más lejos, hoy mismo, día 11 de julio, la prensa gallega informa de una pareja de ahogados accidentales en Galicia, e ilustra la información con la foto de los cuerpos cuando salen del agua. Me gustaría saber cuál es el interés informativo real de esa fotografía, de la misma forma que me gustaría saber cuál es el interés informativo de muchas de aquellas otras fotografías que se publicaron tras el 11-M. No se trata de censurar, en absoluto; se trata de reflexionar sobre nuestra propia autorregulación y dónde empieza el respeto a los demás (y a las familias).
De la misma forma, me gustaría saber cuál es el interés público de esos gabinetes de información de los cuerpos armados del Estado y servicios públicos de urgencia y asistencia general que, en muchas ocasiones, creo que se exceden en sus funciones informativas proporcionando datos sin el más mínimo respeto, a mi juicio, a las partes involucradas en los sucesos. Incluso me gustaría saber cómo se enteran los medios, en ocasiones en plazos increiblemente breves, de ciertos sucesos sobre los que luego podremos ver fotografáis e imágenes de dudoso interés público. ¿No será que estamos en un periodo en el que la audiencia prima sobre el respeto y la ética privadas?
Tal vez es para ti
Hoy les propongo un juego que no tiene nada de original: adivina adivinanza. De niño jugaba a este juego en el portal de mi casa de vecinos, cuando los niños todavía tenían portal donde jugar, y cuando aún había niños.
El juego se me ocurrió a raíz de la lectura de la columna de un articulista pretencioso en su afán de literatura, satírico en su falta de ingenio y ruin en su falta de sentido. Una vez, hace ya meses, estuve tentado a contestarle tras la lectura de su mezquina columna que -sé reconocer lo que es evidente- brilla con una pluma superior a la media, lo cual es siempre de agradecer. Llegué en ese momento a esbozar la respuesta, y al final pudo más la lógica cartesiana que el ímpetu desmedido de la pasión pura.
Pero hoy retomo aquella breve columna y me dispongo a jugar al escondite con ella, que es otro forma de jugar a adivinar si tal vez estas líneas son para ti, que me miras como quien no quiere la cosa. Juguemos, pues, querido lector.
En primer lugar, debes saber, amigo, que hay escritores que elaboran su columna periodística recurriendo a tópicos y típicos argumentos, cuando no al insulto fácil, y denigrando lo que creen indigno del ejercicio mental que lucen a todas horas, incluso en los momentos más excusables para tal menester.
También debes conocer, amigo, que ellos son quijotes salvadores de patrias incólumes y honores bajomedievales, que escriben con verbo fácil que este país es imbécil (con lo que juzgo que, además de serlo yo, lector, también lo es él) o que califican con premura a los televidentes, como a cualquier otro hijo de vecino, con caricias que no es propio repetir, sin que les puedas atisbar el menor sonrojo en su cara.
Porque, querido lector, debes tener presente que en este país existen muchos librepensadores que se indignan ante las preferencias de la mayoría, sin darse cuenta de que, si llevan a último término su argumento, llegan a tirar las piedras contra sus propios tejados, porque, entre otras cosas, el éxito que pueda tener alguna de sus obras no necesariamente ha de ser producto de los que practican el sagrado ejercicio de la lectura.
Sentencian con la facilidad del catedrático bien instruido en la materia, con la precisión y la rotundidad que no admiten duda; critican lo superfluo sin darse cuenta de que en materia de modas incluso ellos mismos pueden quedar desfasados de estación a estación; y vacían su estilográfica en sentencias bíblicas sin, tan siquiera, el respeto que siempre han de merecer los muertos.
Para más señas, querido lector, él, que el género puedo decirlo, es de los que olvidan a menudo que leen las obras que consideran "geniales" ya traducidas, que olvida que el hombre cuando nace sólo balbucea un idioma, que habla con la palabra y no con la obra, que es en definitiva la única forma de hablar con fundamento, que rellena sus veinte líneas a menudo sin el respeto que merece quien debe dedicarles diez minutos; es decir, amigo mío, tal vez esté hablando de ti.
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