jueves, noviembre 16, 2006

JASP

Así se llamaba a la generación que relevó a los yuppies. Eran los mismos que éstos, pero de promociones universitarias diferentes. Urbanos, cultos, agresivos, con máster debajo del brazo, dispuestos a comerse el mundo. Gozaron de la pasajera fama de la noticia puntual, y se desvanecieron en el humo del tiempo entre otras razones porque no eran un grupo homogéneo de intereses comunes, sino una creación intelectual y mediática, por lo que (irónicamente) les faltó quien les asesorara para que no fueran a ningún sitio sin alguien que les dijera que está prohibido el traje a rayas ante las cámaras de la televisión, ni que lucieran con desfachatez su poderío económico por muy “jasp” que fueran. Por lo demás, los JSP ocupaban por aquel entonces las páginas de las revistas económicas y descubrían que desde la Universidad se podía acceder a la élite de los negocios y de la riqueza.

Pareciera que, desde esos años, no hubiesen vuelto a surgir nuevas generaciones de brillantes ejecutivos agresivos. Al menos no se han bautizado como tales. En cualquier caso, estoy seguro de que existen, aunque sigan sin tener un buen asesor de imagen. Desde el anonimato a las páginas de los diarios, el camino para mantenerse como “triunfitos” de la empresa se salva con la comunicación. Así nos lo enseña el día a día y las páginas salmón.

Permítanme este circunloquio para sugerirles una pequeña idea a los nuevos jóvenes deseosos de labrarse su futuro. En concreto, a los que hayan terminado sus licenciaturas en Derecho. Por ejemplo, y a la luz de las recientes noticias que leo en los diarios, les animo para que constituyan despachos profesionales con un ambicioso plan de comunicación basado en su propio potencial. Los políticos dan para mucho, y algunas decisiones políticas son de dudosa legalidad, aunque eso sí, amparadas en la maquinaria del Estado.

Así lo están haciendo las organizaciones de consumidores, y de ahí su popularidad, y podrían hacerlo nuestros licenciados a la luz del potencial existente. Por ejemplo, leo que el Constitucional acaba de sentenciar que eso de obligar a los jueces a conocer el eusquera, desde el ámbito normativo autonómico, no es más que una ilegalidad manifiesta que excede de las competencias de una administración autonómica. Hace un tiempo escribí sobre la materia en esta misma columna. Lo que hay que asegurar realmente es que no se produzca indefensión en el ámbito judicial por razones de idioma, y no obligar a conocer lenguas a los jueces. La cosa varía notablemente entre una y otra postura, porque el ciudadano no tiene que estar a merced del dominio lingüístico del juez de turno.

Se trata de una decisión política que nuestro máximo tribunal tira a la papelera. Pero como esas hay muchas: apuntad para vuestro Plan de Comunicación. Es de dudosa legalidad que un contribuyente, por el hecho de que haber obtenido una renta desde diversas fuentes (por debajo de la cuantía obligatoria), tenga que realizar su declaración y otro no tenga que hacerla por obtenerla de una sola fuente.

Repasad los procesos sustentados en los artículos 14 a 29 de la CE y leed la prensa: veréis cuán discutibles son algunas medidas políticas.

Más: es de dudosa legalidad que los poderes públicos puedan invadir competencias reservadas a la organización privada de la empresa. Me refiero, por ejemplo, a regular los idiomas de la carta de un restaurante. Simplemente por aplicación del principio de igualdad, este antecedente podría utilizarse para invadir también (y alegar con fundamento), los procesos de promoción interna de personal basados en el carácter puramente discrecional de la empresa y no en aplicación del principio de igualdad –y mérito- entre los trabajadores, como a menudo se hacía vía principios éticos y de responsabilidad. Principios que sí tienen garantizados los funcionarios públicos del Estado.

Son decisiones políticas, materializadas en disposiciones con rango de ley, que no suelen recurrirse por motivos políticos, pero que el ciudadano puede “cuestionar” a partir de la provocación de situaciones judiciales que motiven cuestiones de inconstitucionalidad.
Nuestra actividad cotidiana nos muestra multitud de situaciones susceptibles de recurso, a la luz de nuestro ordenamiento jurídico, en todos los órdenes jurisdiccionales. Y para eso están esos órganos: para un efectivo control de la Administración Pública. Y mientras tanto, iros ganando la fama, y un lugar en el mercado, pleito a pleito.

lunes, agosto 21, 2006

Empresa y Universidad

Hay que desacralizar la economía. Desde la caída del muro de Berlín y el fracaso del modelo socialista soviético, parece que nada se opone a ese nuevo liberalismo radical que convierte la dictadura del mercado en la única creencia de las sociedades desarrolladas. “Es lo que pide el mercado”, oímos por todas partes, en cualquiera de sus variantes. “Es lo que quiere la audiencia”, y nos tragamos toda la telebasura y golfería de un retén de miserables que, para más inri, se ven amparados incluso por la profesión periodística conocedores como son de que muchos compañeros, recién titulados, no desean más que la misma oportunidad que se les dispensa a todos esos iletrados que pululan a doquier. “Es lo que quiere el pueblo”, y se justifican todo tipo de tropelías y disparates según el gusto del gobernante de turno.

Hace un tiempo se rizó el rizo, y lo que quería –según parece- la economía era que la investigación se concentrara en media docena de titulaciones para mayor gloria de Galicia. E imaginaba a los empresarios gallegos decidiendo cuáles son los perfiles ideales para sus futuros trabajadores, sentados a la mesa con las oenegés del barrio, los partidos políticos de turno, las asociaciones más representativas (o casi) y algún que otro profesor perdido entre tanta reunión y comisión para definir los planes de estudio.

Un paso más en la desdicha de la enseñanza: incluso los empresarios, que en Galicia no se caracterizan precisamente por su amplia formación universitaria (en torno a uno de cada cuatro poseen estudios universitarios), pedían entrar a diseñar los modelos de enseñanza superior en favor del progreso de la comunidad. Aunque habría que definir qué se entiende por progreso, cuál es el modelo ideal para un país o comunidad y en qué medida las diferentes titulaciones contribuyen a ese progreso, cosa que nadie se ha planteado.

Repaso en la hemeroteca y leo cosas como que disminuyó en 8.000 el número de alumnos de las universidades gallegas o que los empresarios se muestran reacios a iniciar nuevos negocios en el campus de Vigo, cuando no a cerrarlos; A Coruña va salvando el tipo como puede y el descenso de alumnos en los campus se distribuye de forma muy desigual; el volumen de población universitaria gallega dista de su máximo histórico. En resumen, noticias que reflejan resultados de un modelo universitario muy precario que se puso en marcha con las bendiciones de administración y agentes sociales y económicos de Galicia.

Puedo admitir que el volumen de recursos dedicados a las universidades gallegas está muy por debajo de lo que aconseja el desarrollo de la sociedad gallega. Pero también es cierto que hemos creado un sistema universitario que no tiene sentido en una comunidad como la nuestra, con tres universidades públicas más la UNED y campus en toda ciudad que se precie. A todas luces un número desproporcionado para una población que se sitúa por debajo de los tres millones de habitantes y menos de cien mil universitarios, y aún más, si tenemos en cuenta que cada una de esas universidades no han seguido una política que tuviera como referencia su propia viabilidad futura como hubiera hecho otra empresa, si exceptuamos quizá a la Universidad de Santiago, que es probablemente la que menos culpa haya tenido en este disparate permitido por las administraciones.

Ante este problema de todos, la primera salida es la de pedir un trozo más grande de la tarta que se pone cada año sobre la mesa. Tienen razón, pero esa no es la única solución. Es inconcebible que nuestras universidades sigan pensando en términos de universalizar la oferta de titulaciones, sin atender a criterios de calidad y demanda. Pero tampoco tiene sentido que se piense en financiar a nuestras universidades pensando no en el número de alumnos (que ellos mimos han olvidado cuando han ido generando una mayor oferta universitaria para la misma población, por no entrar en un análisis detallado de la pirámide poblacional gallega), sino en la demanda laboral, que nos llevaría a que las Humanidades quedaran siempre relegadas por culpa de una deficiente concepción de lo que son las habilidades direccionales en nuestras empresas. Probablemente también haya que hacerlo, pero la búsqueda de recursos para que se financien nuestras universidades deberá partir de un auténtico modelo de futuro para cada una de ellas, de la necesidad de vincular financiación a investigación, de un sistema que invalide de alguna forma las demandas cíclicas producto de las demandas laborales y, por supuesto, mucho sentido común.

Tampoco parece acertado que se pretenda que la investigación y el máximo exponente de la cultura de un país, que es su universidad, queden directamente vinculadas al rigor del mercado. Aún más, parece un disparate que sea el mercado el que decida el modelo de desarrollo cultural de un pueblo. Volvemos a caer en los mismos errores de siempre, y más cuando comprobamos una y otra vez que no siempre son los agentes económicos los que se mueven por modelos que el propio mercado desecha pragmáticamente.

Se puede favorecer el desarrollo de un pueblo partiendo de capital humano cualificado, que no debe supeditarse a sus necesidades empresariales o económicas coyunturales. Para eso existen otros medios de colaboración empresa–universidad que no hipotequen su futuro.

lunes, agosto 14, 2006

La parrilla de San Lorenzo

“É o inferno”. Así calificaban la situación, en el día de San Lorenzo, quienes entraban en nuestros hogares por esa puerta siempre abierta al mundo que es la televisión. “O peor son as casas”. San Lorenzo fue el mártir de la parrilla y con tal simbología nos lo ha representado la imaginería popular. Ahora, Galicia es una inmensa parrilla al sol de San Lorenzo. “Alí hai lume, aquelo é Paradela”. En el horizonte, una columna negra revelaba que otro fuego quemaba la provincia de A Coruña. El día 10 de agosto La Castellana festejaba su patrón de sol y ceniza, mientras brochazos parduzcos ensuciaban distintas zonas del paisaje aún verde.

La Castellana está en la carretera nacional N-6, entre Betanzos y Guitiriz. El fuego era el tema que regaba las comidas en familia y el café postrero. “Quitar as brigadas non foi unha boa idea. Así sempre haberá lume, porque para moitos é unha fonte de ingresos moi importante. ¿Ves aquelas torres de telefonía? Cinconta mil pesetas ao mes de renda”.

En estos días reina Televisión Española, con los directos y falsos directos de “España en directo”, un programa veraniego que nos descubre una Galicia ennegrecida y asolada. Cuando el monte se quema, algo de todos se quema, decía aquel viejo lema publicitario, pero la parrilla televisiva nos inunda de telenovelas y programas que bordean los derechos constitucionales más ligados con la esencia de la personalidad. Parece que no a todos les importa que algo nuestro se queme.

Al pie de la calle, en los hogares del rural o en los cafés de quienes trabajan en agosto, sólo se habla de fuego y de las discusiones de nuestros representantes políticos que, una vez más, les alejan del paisano que vive en y con el monte, del ciudadano de que se enfrenta al fuego con ramas y palas. “E xa verás como chova moito”. La Administración autonómica intenta convencerles de que, en esta ocasión y a diferencia de otras, la lucha se hace con la verdad y la transparencia, y el presidente de la Xunta asegura al mismo tiempo que la situación no está desbordada. Sin embargo, un programa de la televisión pública retransmite cada tarde y en directo cómo los vecinos atemorizados, indefensos, impotentes y angustiados luchan contra el fuego en una contienda desigual e indignante. “Salvamos Morono con cubos de agua”, leemos en la prensa, y los miembros del Grupo de Intervención Rápida de Boqueixón dicen que se sienten "impotentes e enfadados”.

Los periódicos amanecen con fotografías donde se ven cadenas humanas y cubos de agua de mano en mano luchando contra las llamas y el humo, y la oposición se fotografía con ropa de domingo y una manguera en cualquier rincón, previo aviso a los medios de comunicación. Zapatero visita las zonas quemadas con chaqueta y zapatos impecables y se nos dice que los efectivos superan cualquier otro despliegue realizado no sólo en Europa, sino también en América, como el incendio de California. Pero en California, el pasado 14 de julio se habían desplegado dos mil bomberos, y aquí la gente se introduce en las salas de nuestras casas protestando porque no hay ni agua porque cortan la electricidad. “Vai tomar unha mariscada”, le dice un vecino al conductor de una motobomba cuando aparece por allí después de apagar el incendio, y la radio nos lo repite hasta la saciedad. Quizá haya efectivos, pero la batalla de la comunicación la pierde la Administración, y Touriño posiblemente se lamente de aquellas palabras del uno de agosto recordando que Galicia tiene medios suficientes “e cuantiosísimos recursos” en política de extinción, como reflejó la prensa.

Es inútil justificar el desastre en la dejadez de unos u otros, al tiempo que se aprovechan las cámaras para la foto y la propaganda. Los ciudadanos, que no son tontos, son perfectamente conscientes del lamentable espectáculo que ofrecen los políticos, unos justificándose (como hacen todos, por cierto) en los desaciertos de los demás; otros, con la maquinaria del “no” por sistema, que aburre hasta la saciedad.

Mientras, los teóricos expertos en imagen caen en la obviedad más demagógica de sus jefes aprovechando la cámara y el breve instante de sudor. (Cuando se plantee a los estudiantes de Comunicación el caso “Galicia en llamas”, como se hace con el “Prestige”, no olviden recoger este detalle).

Ante el estupor de unos y la maquinaria propagandística de una oposición que sabe labrar como nadie su propio desastre, se achaca a los demás la culpa de todo. La ministra acusa sin pruebas, los representantes de los diversos sectores plantean sus causas (que si el interés urbanístico, el forestal, la despoblación de las áreas rurales y el abandono del sector agroforestal, la dejadez de las administraciones, la mal llevada organización de las brigadas y las exigencias solicitadas para los nuevos brigadistas...). Al final, todo ello tendrá su parte de razón. Pero de lo que no cabe la menor duda es que los incendios han sido provocados y provienen de grupos organizados, algo que no es tan fácil de conseguir de un día para otro y de armonizar con todos esos supuestos intereses teóricamente deshilvanados.

Mientras Galicia se quemaba, Maragall hablaba con la impropiedad que le caracteriza. A propósito del Estatut, su “nueva Constitución” catalana. Según él, y recojo de los medios catalanes, el Estado queda prácticamente residual en Cataluña y, a partir de ahora podrán hacer lo que quieran. El Estatut habrá que desarrollarlo con leyes propias, pocas, “para no perderse en una selva de letras”. Afirma que Catalunya no es Estado, aunque, sin serlo, es la región que se parece más a un Estado en Europa.

Acompañan a las declaraciones de Maragall las de algunos comentaristas de radio que se asombran de que haya dicho que no es un Estado y que ellos se “siempre habían creído que lo era”. Hace un tiempo me hablaron de la posibilidad de editar un texto, dirigido a los periodistas, con nociones jurídicas elementales. Sigo pensando que es una magnífica idea: un volumen que recoja, por ejemplo, qué significa que el Estatut sea una ley orgánica, fuente del derecho autonómico catalán, que debe interpretarse a la luz de la Constitución, con la que, y junto a otras normas delimitadoras de competencias, forman el bloque de constitucionalidad, y que existen materias reservadas expresamente al Estado a través del artículo 149.

Pero, en el Atlántico, Galicia arde, y algo de todos nosotros se está quemando.

martes, agosto 08, 2006

Ciencia y Humanismo

Tengo por costumbre intercalar lecturas que relajen los momentos en que mi concentración baja en intensidad en el intento por absorber alguno de los textos que me ocupan. Esos instantes en que descanso lo hago con libros de temática radicalmente diferente a aquellos que monopolizan la mayor parte de mi tiempo. Es el caso que me ocupa en estos días, en que estoy intentando desmenuzar un texto de Derecho Político de Oscar Alzaga y, para esos minutos en que percibo que la lectura insistente no entraña una real asimilación de lo leído, aprovecho para releer alguno de los capítulos de un viejo libro de Heisenberg que versa sobre la imagen de la Naturaleza desde las Ciencias Físicas. Fácil de leer a pesar de la primera intuición, y sumamente ilustrativo de lo que debería ser un proceso formativo bien llevado desde la juventud. Un libro que, además, está sembrado de referencias a científicos y filósofos de todas las épocas, demostrando una profunda formación humanística de su autor.

No voy a descubrir quién fue Heisenberg. El apellido les dirá mucho a quienes han estudiado disciplinas científicas, pero detrás de estos breves trabajos que desfilan por su libro surge la figura de un hombre cuyo despertar a la Ciencia caminó parejo a su inquietud por los temas humanísticos. Ya entonces se planteaba la polémica, no tan actual a pesar de lo que pueda parecer, sobre la “utilidad real” del Humanismo frente a la “utilidad práctica” de las Técnicas y las Ciencias, que él defiende con brillantez proponiendo su propia experiencia como ejemplo.

Heisenberg fue el tema del primer artículo que escribí, en la primera clase que recibí en la Facultad de Periodismo de Madrid. Creo que en algún otro artículo ya lo cité. “Escriba cada uno sobre lo que quiera”, nos dijo el profesor tras entregarnos una hoja de examen en el que fue nuestro aterrizaje en aquel edificio de la Avenida Complutense. Días atrás había leído este mismo libro que ahora releo, y no se me ocurrió mejor cosa que escribir sobre el principio de incertidumbre y su aplicación al conocimiento científico. No recuerdo nada de lo que escribí; sólo sé que aquel mismo profesor me llamó días después para comentarme que le había sorprendido mi trabajo, tan distante de lo que había sido la inquietud general en la clase, donde la mayoría se había decantado por temas políticos o literarios, lógico además en unos meses en que el dictador Franco agonizaba y en el ambiente se reclamaba el regreso de los exiliados de sus cátedras universitarias.

Seguramente fue porque el libro me había sorprendido ya tanto entonces como ahora. La experiencia de Heisenberg tenía muchos elementos comunes con mi propia experiencia, y de ahí que siempre su obra ocupara un lugar destacado en mi biblioteca. Contra la corriente general de diferenciar Ciencias y Letras, yo había sido uno de esos alumnos que sufrió enormes dilemas internos para decidir hacia dónde encaminar sus estudios. Dilemas que jamás he superado, y que son causa de que nunca haya entendido el esfuerzo administrativo por diferenciar ambas áreas de conocimiento en edades tan tempranas. Aquel dilema me había llevado a que, aún presintiendo que mi futuro se encaminaría hacia las Letras, hiciera todo el Bachillerato y el COU por Ciencias. Estudiante de sobresaliente tanto en Matemáticas como en Lengua y Literatura, aquella decisión fue un auténtico martirio personal, a mi juicio innecesario. Y Heisenberg demostraba en su pequeño libro que no es conveniente en absoluto separar el conocimiento científico del conocimiento humanístico, porque ambos se enriquecen mutuamente. Al final, decía el premio Nobel, muchas de las teorías científicas actuales tienen sus orígenes en la filosofía griega.

Sin embargo, el hecho de hacer Ciencias no fue una ventaja comparativa para mí. Cuando me enfrenté con el Latín de Filología comprobé la enorme diferencia que había entre mi nivel y el nivel de quienes procedían de Letras. Una diferencia que me obligaba a hacer un gigantesco esfuerzo suplementario para intentar equilibrar mis condiciones con las de mis compañeros. Esfuerzo que me vedaba ya el acceso a especialidades como Clásicas, donde era imprescindible el griego que jamás había pasado por mi plan de estudios. Ese disparate de privilegiar los estudios de Ciencias sobre los de Letras hasta permitir el acceso incluso a segundos ciclos desde áreas científicas, no deja de ser una alucinación de algunos amparada en una estadística que constata casos muy poco frecuentes de ese tipo de migraciones. Por el contrario, la experiencia germánica de acompañar necesariamente los estudios científicos y humanísticos incluso en la Universidad no deja de ser una apuesta digna de encomio.

De la misma forma, es realmente penosa la poca consistencia científica de los estudiantes procedentes de las disciplinas humanísticas, que se enfrentan con desdén y menosprecio aun a las originales aportaciones que se han realizado, por ejemplo, en Comunicación o en Economía importando teorías físicas. Hace escasos días un alumno de ingeniería de Telecomunicaciones me pasó un examen de Álgebra que, sin dudarlo, intenté resolver a pesar de que llevo muchos años sin tocar el cálculo diferencial. En alguno de los problemas llegué a realizar un planteamiento bastante correcto, y en otros comprobé que los años no pasan en balde y que realmente existe un mundo muy atractivo detrás de los números. El estudiante quedó perplejo ante quien lleva muchos años estudiando carreras ajenas al área científica, porque siempre ha vivido como cosas no sólo separadas, sino opuestas, ambas parcelas de conocimiento.

Hace un tiempo leí que las modernas corporaciones empresariales norteamericanas ya no buscan tanto la especialización a ultranza de sus empleados, como la versatilidad y la agilidad mental, algo que no siempre se desprende de sus currículos. Cada vez, decían, es más corriente que se formen equipos interdisciplinares incluso con especialistas en áreas que nada tienen que ver, a priori, con la empresa, porque han constado que los equipos así formados son más flexibles e innovadores.

Sin embargo, en nuestra vida cotidiana cada vez es más problemático encontrar un colegio donde existan profesores de disciplinas humanísticas ante la avalancha masiva de alumnos que se decantan por los bachilleratos que no son de Letras. Incluso los profesores motivan a sus alumnos para que elijan opciones científicas “porque valen para todo”. Craso error, fomentado por unos ministerios de Educación que son incapaces de ver por qué falla la educación de nuestros jóvenes. Los mejores científicos siempre han gozado de una formación humanística envidiable, y grandes humanistas se han adentrado con brillantez en terrenos científicos. Y unos y otros se vieron siempre enriquecidos por la experiencia.

lunes, agosto 07, 2006

Una sociedad con matices

Ahora es más fácil pescar subsaharianos que peces. Nuestros pesqueros se echan a la mar y recogen en sus cubiertas historias personales de sufrimiento y desesperación. Afortunadamente, la sociedad civil aún demuestra a la clase política que la humanidad está por delante de otras consideraciones ajenas al ámbito de lo ético. Nadie elige el lugar donde nace, y todos somos acreedores de una mano abierta y amiga. Algo tan evidente es, sin embargo, muy difícil de hacer realidad a la vista de las masivas inmigraciones que despueblan África, incapaces de encontrar soluciones cuando el problema que se debate se presenta como una confrontación entre sociedades paupérrimas y poblaciones condenadas a la miseria y a la muerte en periplos dantescos.

Las recientes imágenes de los pescadores en el Mediterráneo y en el Atlántico, movidos por puros criterios de solidaridad, o aquellas conmovedoras que nos ofrecieron los bañistas en Canarias arropando y ayudando a quienes medio muertos arribaron a la playa en la que ellos disfrutaban del sol, nos hace recapacitar sobre los criterios que mueven a los gobiernos a la hora de articular no ya sociedades del bienestar, sino sociedades solidarias con quienes no han tenido la inmensa suerte de nacer entre la opulencia occidental.

Junto a estas lecciones con lo mejor del ser humano, nos sorprende la inconcebible reacción de otros bañistas, esta vez usuarios de una piscina pública, que reaccionan con violencia ante el beso de dos homosexuales. Todo lo ejemplar de los episodios nacionales anteriores, destruido en un momento por una horda que desprecia la diversidad.

Sin embargo, estas conductas cerriles son, tristemente, no ya frecuentes, sino cada vez más consentidas, y así, mientras una buena parte de la población es ajena a las discusiones baldías de los políticos, otros se baten entre el blanco y el negro, la derecha y la izquierda, el sí y el no, incapaces de entender que las bipolaridades sólo esconden reducciones absurdas e injustas. Ahora se considera normal el ver cómo se tilda a los demás de uno u otro extremo en función de si se acomoda o no a las creencias subjetivas de quien no se recata en calificar o menospreciar al prójimo con términos no sólo injustos, sino inciertos. Y no se entiende que existan multitud de matices y colores entre los extremos, que el bien y el mal, la verdad y la mentira, no son privilegios de nadie, y en todos los asuntos humanos debemos encontrar el mayor de los respetos. Incluso la Ciencia, aparentemente tan ajena a lo humano, avanza porque se considera válida toda teoría, aunque no sea exacta, mientras no se encuentre ninguna mejor que la sustituya.




Diccionario

Ahora que incluso los partidos políticos quieren meter mano en el diccionario de la Real Academia Española, y que incluso la Carta de Principios para la Actuación de los Medios de Comunicación de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV) nos dicen cómo debemos entender cada término que utilicemos, me siento con todo el derecho a proponer mis propias acepciones terminológicas. Hace tiempo ya me había impuesto la obligación de elaborar un diccionario propio, al estilo y maneras José Luis Coll, pero con la experiencia intransferible de cada uno, en este caso la mía, que es única en su género sin pretensión de vanidad. Comencé, confieso, a hacerlo un buen día, y aún quedan por los estantes las docenas de folios, porque siempre ha menester un trabajo más urgente, es decir, un trabajo banal que posterga tan noble propósito.

Quizá, pienso, ahora tenga la oportunidad de poblar de vez en cuando esta página con alguna de tales reflexiones. Definir una palabra supone reducir en muchas ocasiones a una frase la intención y el conocimiento que podría ser objeto de mayor desarrollo literario. Pero ahí radica su gracia: en dejar abiertas múltiples puertas para la interpretación del lector.

Permítanme una pequeña muestra.

Cabo: Popularmente, sinónimo de quepo.
Quepo: ¡Qué ganas de llevar la contraria!
Cabe: A veces sí, a veces no. También dícese de una preposición rara, rara, rara.
Capito: En la Revolución Francesa, ergo todos menos los jacobinos.
Punto y coma: ni punto ni coma.
Preposición: Algo que nos sobra la mitad más una de las veces. Ej.: El gato persigue (a) un ratón.
John Nash: El ejemplo de que una idea vale una vida.
Heisenberg: El ejemplo de que una idea vale para toda la vida.
Einstein: El ejemplo de una idea.
James Watson: Para el 99,9 por ciento de los ciudadanos, ni p... idea.
Ciencias: De cómo se puede llegar al palmarés del conocimiento desde la Filosofía.
Letras: De cómo se puede llegar al descrédito general desde la Filosofía.
Filosofía: ¿Todavía queda alguno?
Antigua: Más que vieja.
Luz: Y se hizo.
Cáscara: La del huevo o bien cae en la sartén o bien se pega a los dedos.
Puntos suspensivos: ¡Son solo tres!
Capital intelectual: Roma, en la época de los Médicis.
Capital: Roma, a secas.
Roma: Capital meada, según Alberti.
Alberti: Hasta las fuentes mean.
Vía Artabra: No viene en mi GPS.
New York: Fórmula correcta de escribir Nueva York.
A Coruña: Fórmula correcta de escribir La Coruña.
Eivissa: Fórmula correcta de escribir Ibiza.
Escribir: Actividad consistente en añadir o eliminar ortográficamente al menos un elemento inútil.
África: Lo que quedó después de las siete plagas de Egipto.
Europa: Lo que quedó después de las siete colinas de Roma.
China: ¿No había allí una muralla?

martes, julio 04, 2006

Capital de la comunicación

Recibo la alegre noticia de que mi buen amigo Luis Gallardo ha sido designado nuevo director mundial de Comunicación de Deloitte, con despacho en Nueva York. Me alegra, pero no me sorprende. Sé de su capacidad de trabajo y de la originalidad e innovación de alguno de sus proyectos en el seno de la compañía, que él mismo me explicó un día en el Hotel Palace en Madrid. Proyectos que fueron magníficamente acogidos y desarrollados por un equipo realmente bueno, de esos ante los que te quitas el sombrero, y que en buena manera caminaban paralelos al desarrollo de mi propia investigación doctoral. De ahí mi interés por su trabajo, que comenzó hace años, cuando ambos coincidimos como ponentes en un congreso de comunicación en Madrid, y que mantuve a lo largo de todo este tiempo.

Por lo demás, Luis es un ejemplo de que en España se saben hacer las cosas bien cuando al talento de un profesional bien formado se le suma el apoyo de una organización convencida de lo que se puede llegar a hacer en Comunicación.

A su maestro, Goyo Panadero, que ahora recala de nuevo como dircom en España, muchos lo tenemos en mente con el magnífico trabajo realizado en una crisis como la de la torre Windsor, un ejemplo de manual de cómo se gestiona un conflicto de tal envergadura. Aún tengo en la mirada el flash de su salida ante cámaras, en camisa, y ligeramente apoyado sobre la mesa de trabajo, dando una sensación de control absoluta sobre las llamas, los papeles de los clientes y el primer desconcierto de los propios empleados. Y aún me asombro cuando recuerdo el discurso del presidente ante su personal reunido en Madrid a primera hora del día siguiente, lunes, tanto como la oficina de crisis montada en New York para atender a los periodistas españoles. Un ejemplo de rapidez, innovación, originalidad y capacidad de decisión.

Pero también ahí queda el trabajo desarrollado en gestión del conocimiento, con Tena y compañía en la búsqueda de un sistema de indicadores perfectamente adaptado a sus necesidades.

Mi enhorabuena.

Municipios

El calado de la propuesta de fusión de los ayuntamientos de Ferrol y Narón, recientemente planteada por Juncal y rechazada por Gato, sobrepasa a sus dos principales protagonistas. Las ideas cuya viabilidad exige grandes dosis de generosidad y amplias miras por parte de sus teóricos timoneles suelen ser las más productivas, pero también las más difíciles de llevar a la práctica. Las declaraciones de Gato amparándose en un hipotético rechazo de la población de su municipio a tal fusión y en la necesidad de preservar la igualdad de las condiciones de ambas partes en el proceso de fusión (¿qué significa eso en un nuevo municipio que se sometería periódicamente a las voluntades de sus ciudadanos?), para luego exigir que el nivel de renta de los ferrolanos se iguale al de los habitantes de Narón (sigo sin ver la relación en una democracia donde una persona es un voto independientemente de sus condiciones económicas o cualquiera otra que contradiga el principio de igualdad constitucional), no dejan de ser formulaciones de una posición personal que adolece de esa generosidad que mencionaba.

Por encima de las posiciones personales, por encima de los dos alcaldes, está el bien común de sus ciudadanos. Un bien que se ha de medir con el balance objetivo de las ventajas e inconvenientes que surgirán de un proceso de fusión no sólo de Narón y Ferrol, sino que posiblemente podría incluir a Neda y Fene, por seguir bordeando la ría y asimilando a los municipios ribereños en una gran ciudad que se erigiría como la tercera de Galicia. Una ciudad que podría afrontar una política industrial y comercial común, articulada en torno a sus polígonos actuales y a los astilleros de ambos lados de la ría, un desarrollo urbanístico racional y unas infraestructurales de transporte, culturales, turísticas, educativas y sanitarias acordes con su nuevo protagonismo en el mapa urbano gallego.

Hoy día, las motivaciones que dieron origen histórico a los municipios (población y extensión del territorio básicamente) no se sostienen desde un punto de vista puramente racional, que no histórico o institucional. Los 8.000 ayuntamientos españoles proyectan una vetusta imagen de minifundismo que multiplica los gastos de la administración local y obstaculiza los beneficios de políticas bien articuladas con visión de futuro. Si a ello añadimos la ilógica pirámide de la Administración Pública, con no menos de cinco escalones superpuestos, podremos entender el motivo que subyace en ciertas quejas de los administrados sobre el funcionamiento de sus administraciones.

Desde el punto de vista territorial, incluso la división en provincias es discutible, a pesar de su imperativo constitucional. Poco tiene que ver un ayuntamiento costero de la Costa da Morte con Padrón, lindando con Pontevedra; y la Mariña lucense posiblemente tenga más en común con el norte de A Coruña que con Terra de Lemos. Ese es el espíritu que inspiraba la ley revolucionaria de diciembre de 1789 que creaba el Departamento francés en sustitución de la Provincia, sólo que, en aquel momento, la división fue puramente artificial y no respondía a criterios sociológicos, económicos o culturales, como podría hacerse ahora mismo.

Incluso desde el rural, la gestión pública podría beneficiarse de una división administrativa más acorde con la realidad sociocultural y económica de cada zona. Los vecinos de algunas aldeas de Aranga tienen más en común con los de Monfero que con los de Teixeiro. Incluso con los Guitiriz. Y parte de las lindes de Monfero con Pontedeume, e incluso ambas con Miño, forman un conjunto más compacto que el de muchos ayuntamientos gallegos. En cualquier caso, el potencial de Ferrolterra es suficientemente atractivo como para no dejar en saco roto una iniciativa como la de su fusión.

Un “área metropolitana” (entrecomillada, olvidándose de su característica de organización local de segundo orden, puramente voluntaria) que sería, desde un punto de vista organizacional, una nueva “comarca” al estilo catalán, es decir, no un mero nuevo nivel organizacional que incremente la irracionalidad administrativa de la Administración Pública. Y todo ello sin negar las ventajas que supone la creación de esas “áreas metropolitanas” pero reconociendo la inutilidad de organizaciones territoriales inferiores, cuyas ventajas podrían compensarse perfectamente mediante sistemas de gestión descentralizados como existen en las grandes metrópolis. Me estoy refiriendo a “comarcas” (insisto, olvídense de su concepción jurídica actual) con competencias en transporte, educación, urbanismo, cultura...

Creo que los ciudadanos no sentimos que jamás hayamos delegado nuestra opinión en ningún alcalde y corporación cuando se trata de ir más allá de lo que es su mero cometido competencial, aún a pesar de haberse quitado de la manga esa limitación administrativa que supone el artículo 42 de la Ley de Bases de Régimen Local, claramente orientado no a una racionalización organizacional sino a un impedimento de la irracionalidad administrativa que supondría un nuevo escalón en las Administraciones Públicas.

La Organización de la Administración Pública es un tema complejo, como recientemente hemos tenido ocasión de comprobar nuevamente a raíz de los comentarios en torno a la posible supresión de contenidos competenciales de las Diputaciones, incluso de estas entidades locales según el BNG. Posibilidad discutible en el nuevo Estatuto de Galicia, que ha de encuadrarse en el marco constitucional. De hecho, la posible supresión de las diputaciones fue causa de la sentencia de inconstitucionalidad de la Ley Catalana de diciembre de 1980 (sentencia de 28 de julio de 1981: “...la Provincia no es sólo (...), sino también, y muy precisamente, Entidad Local que goza de autonomía para la gestión de sus intereses”.

viernes, junio 30, 2006

Sobre artículos

Existen autores que han pasado a la historia por sus artículos periodísticos. El ejemplo por excelencia es Mariano José de Larra, pero muchos otros escritores serían incomprensibles si no fuera por esas columnas o artículos con que obsequiaban a sus lectores en los medios de comunicación de la época. En mi casa figuran en lugar destacado Clarín y Miguel de Unamuno, pero también los hay de especialistas en muy diversos campos de las ciencias o las letras que han convertido el artículo en su más genuina forma de expresión. Principalmente, el artículo científico que, por su rapidez y asequibilidad para quienes trabajan en un área determinada, personifica la vanguardia del progreso de la humanidad. Curiosamente, la mayoría de las obras técnicas que se publican no dejan de ser meras exposiciones del “estado de la cuestión” o manuales formativos, cuando las obras conjuntas y recopiladoras de artículos especializados son las que verdaderamente marcan la diferencia en el contenido de los volúmenes. Aún hoy día, tres volúmenes de artículos sobre diversas áreas relacionadas con la comunicación siguen estando plenamente vigentes treinta años después de su publicación en Argentina, con pequeñas modificaciones.

Estos días tengo la oportunidad de releer la columna de Carlos Casares en La Voz de Galicia, recién editada en formato libro por Galaxia y la Fundación Caixa Galicia. Hace tiempo le dediqué también un merecido homenaje en este mismo diario que llevaba por título “A marxe”. Me reconozco un devoto seguidor de la obra de Casares. Es una espléndida muestra de buen hacer con la pluma y de sensibilidad con el mundo que le ha tocado vivir, de inquietudes y pensamientos tanto como de ejercicio de la profesión condenada a la medida mutiladora de palabras.

A partir de ahora, dos nuevos libros me recuerdan desde el estante que a veces el artículo bien vale la pena.

Un canto a la virtud

El dicho bíblico recomienda que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están poblados de magníficas páginas que recogen la sabiduría de los pueblos a lo largo de muchos cientos de años. Sé de autores que se remontan a esos clásicos para ilustrar las tesis más diversas, desde las virtudes y defectos del ser humano hasta cómo dirigir una organización y los variados perfiles de sus directivos.

En materia de información, empeñarse en poblar las páginas de los periódicos contando las innumerables cosas que hacen las organizaciones a favor de terceros muy necesitados parece un empeño, cuando menos, de dudosa eficacia. Evidentemente, una organización, como cualquier persona física, tiene el derecho (y el deber) de información. Pero en esto, como en algunas otras cosas, las costumbres de las empresas norteamericanas de plantearte, al mismo tiempo que el contrato de trabajo, la firma de los manuales consiguientes de ética y valores propios todavía no se ha implantado en España. Manuales que deben recoger el “estilo” de la casa al relacionarse con terceros y que pueden incluir la “forma” de manifestarse cada organización con sus públicos.
La muy noble virtud de la ayuda desinteresada se reviste de tintes no tan desinteresados a los ojos del prójimo. Como siempre, la óptica del oferente (quiero que se sepa lo que hago) no necesariamente coincide con la óptica del demandante (qué interés tiene por contar lo que por definición es desinteresado).

Para estos casos, me parece más lógica la utilización de las técnicas de Relaciones Públicas o de Publicidad para transmitir la imagen de marca que se desee. En otras palabras, que una organización diga que aporta equis euros para ayudar a un colectivo desfavorecido y lo haga con focos, alcachofas y flashes, me parece de dudoso resultado ante una opinión pública que empieza a pensar que son generales las particulares denuncias de los periodistas David Jiménez y Ramón Lobo sobre la falta de escrúpulos con que algunos se están escudando tras las organizaciones no gubernamentales para esconder toda la miseria de las más ruines conductas humanas.

Me parece mucho más lógico que las bondades de tu mano derecha se revelen en tu propio gesto, en tu apariencia, utilizando como canales los propios de cada organización. Es decir, es lícito que diga que lo he hecho en mis propios escritos, pero de dudosa eficacia si lo hago bajo luz y taquígrafos.

Algo tan simple como utilizar la papelería de la empresa para introducir mensajes de marketing social (incluso las propias cartas de la organización) me parece un medio más idóneo para alcanzar la imagen deseada. Sin embargo, no son estas las técnicas que predominan en las organizaciones españolas, aún excesivamente volcadas en los medios de comunicación escritos. Aquí hay que apostar por la innovación. Curiosamente, algunas de las empresas mejor valoradas en el terreno social no son organizaciones que se caractericen por su intensiva presencia en los medios. Por algo será.

jueves, junio 08, 2006

Educación

No creo que el cambio, por sistema, suponga siempre una mejora. Se trata de un principio que no se sostiene. El cambio, a menudo, no es más que el resultado del prurito personal por crear la imagen de que uno es magnífico. “No eres bueno si te limitas a mantener y quizá mejorar lo que ya tienes”, parece ser el dicho que impregna la filosofía de los dirigentes en todos los campos de la vida pública. “Hay que cambiar todo, porque lo anterior siempre es malo”. Si entra un ministro nuevo al Gobierno, su huella tiene que quedar en la actividad legislativa propia de sus competencias. Y así nos va el pelo, con cambios en Educación cada vez que se asoma al poder un nuevo gestor de la res publica.

En la calle, cualquier tiempo pasado fue mejor. Hoy, en Francia los jóvenes se pelean por los contratos juveniles sin restricciones para el despido. En España, los estudiantes universitarios se convocan por móvil a los macrobotellones. No he visto una huelga romántica desde que algunos hemos coreado a Aranguren, Agustín Calvo y Tierno Galván en Madrid. En aquella época se leía poesía y a los clásicos; ahora los clásicos ni se asoman por las aulas y las lecturas más solicitadas no dejan de ser producto de intensas campañas de marketing y noticias en los telediarios. Existe una generación que se enorgullece de escribir con faltas ortográficas mientras cuelgan licenciaturas en las paredes. Ahora la cultura se ha reducido al dinero y el éxito se logra rápidamente con programas basura. Los medios de comunicación son una mera sucesión de sucesos y corazón, la cultura se ha escondido en callejones y escondrijos a la espera de tiempos mejores y nuestros jóvenes brillantes tienen dos opciones: reducir su ímpetu al ritmo del sistema, o esperar, a ser posible en otros lares, que estos analfabetos de la política, algunos ilustrados, dejen de inventarse asignaturas, carreras, itinerarios y memeces para que se cumpla el principio de que todo lo que puede empeorar, de hecho empeora.

Para mayor inri, la proliferación de universidades en las últimas décadas ha provocado que un gran número de plazas se cubrieran con el primero que pasaba por allí, y ahora, en un nuevo contexto de racionalización universitaria, los jóvenes que destacan no tienen perspectiva de carrera académica en treinta años, hasta que salga del sistema toda esa generación que se ha multiplicado al compás de la irracionalización, porque la media de edad entre el profesorado actual de la universidad española es muy baja, y eso provoca un tapón inasumible para las próximas décadas. Aún a pesar de que muchos pongan su esperanza en Bolonia y en una muy poco probable reducción del número de alumnos por profesor.

La perspectiva no es muy halagüeña. Mientras la educación se incrementa en toda la Unión Europea hasta conseguir que nuestros jóvenes se incorporen al mercado laboral con currículums envidiables, el mercado de trabajo que les ofrecemos les convierten en “mileuristas”. Las universidades, al compás del dictado de los políticos y del mercado, da bandazos a diestro y siniestro, hasta el punto de que incluso las titulaciones se ponen en tela de juicio en aras del mercado laboral real, que no es más que una quimera de miopes incapaces de ver más allá de sus gafas. Y así nos encontramos con titulaciones de Humanidades totalmente desprestigiadas laboralmente, y titulados de Ciencias, una buena parte de los cuales subempleados en lo que Anthony Giddens llama McEmpleos, que se han de limitar a cubrir puestos en empresas que no necesitan de tal nivel de cualificación.

Pero lo peor es que todos lo sabemos.

miércoles, junio 07, 2006

Estudiantes

Lo mejor de la Universidad son los estudiantes. No lo digo yo, que probablemente no sería tan rotundo en esta afirmación, sino un catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, Jesús García Jiménez, con el que hace pocos días tuve la oportunidad de intercambiar impresiones sobre el entorno de la comunicación organizacional. Fue en Madrid y a pocos metros, en la calle Alcalá, desfilaría una manifestación estudiantil contra la reforma de Bolonia. Madrid sigue siendo el hervidero de obras de Gallardón aderezado con el pimentón de la T-4 del aeropuerto de Barajas.

Las declaraciones de Jesús venían a cuento de sus apreciaciones sobre la inversión en formación de las empresas en los últimos años. “Hay directivos de tan corta talla intelectual que empiezan a recortar los gastos por la formación y la comunicación, porque son incapaces de verlos como inversión”, añadía, mientras me comentaba la enorme decadencia que se había producido en los últimos años en los cursos, seminarios y congresos de comunicación. “No hace mucho tiempo no había programa formativo de un centro de formación que no contuviera algún seminario sobre comunicación organizacional; ahora es prácticamente imposible verlos”.

Efectivamente, en los últimos tres o cuatro años han desaparecido radicalmente, porque ha entrado una nueva generación que adolece de todos los defectos de una formación eternamente puesta en tela de juicio por cuanto ministro y Gobierno entraba en el poder. “Y en materia de Comunicación Organizacional, la Universidad sigue al margen de las tendencias que existen en otros países”, afirmaba.

Aún así, para quien por primera vez escribió en España sobre comunicación interna en las organizaciones, los estudiantes siguen siendo lo mejor del sistema. En ellos depositmos siempre la esperanza de que lo que viene será mejor que lo que tenemos.

viernes, mayo 26, 2006

Kepler

En un momento en el que el sector editorial se queja de la escasa lectura entre la población (lo que es cierto), el poco apoyo oficial a la edición (lo que es discutible, por cuanto el discurso de trasladar la responsabilidad de los temas a los organismos oficiales es fácil y poco original) y la falta de incentivación al mercado (lo que es evidente), existen iniciativas que llaman la atención por su grado de originalidad e innovación.

El proyecto Kepler se presentó en Madrid como iniciativa de una joven y pequeña editorial coruñesa que busca 90 títulos técnicos para editar en 2006 y a los que destina millón y medio de euros. El proyecto va acompañado por numerosas iniciativas que fomentan la transparencia en la relación autor y editor y que suponen la irrupción en el sector de las nuevas tecnologías de la comunicación que son habituales en el sector financiero.

Curiosamente, a este proyecto se le ha bautizado con el nombre del astrónomo que intentó describir la armonía del universo conforme a las leyes pitagóricas y que acabó descubriendo sus tres leyes como consecuencia de las observaciones de Brahe a su obra. Teoría, refutación y nueva teoría. Así progresa la ciencia, y así lo hace un sector que, como el resto de la economía, sólo necesita de ideas originales e innovadoras para que entre todos busquen la solución al problema que se intenta resolver: la introducción del libro en los hogares como un artículo más del cesto de la compra.

viernes, mayo 19, 2006

Profesional

“No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra”, decía León Felipe. Yo tampoco quiero cantar, sino hablar en voz baja, como en confidencia, sentado ante el café de cada mañana, pero esta vez con el mármol frío y las nubes de una primavera aún sin flores.

Quiero confesar algunos de mis sentimientos al recrear una parte de mi camino como romero, sin más oficio, romero sólo. Pasamos por la vida una vez y nos cruzamos en el camino con seres de todas las apariencias, razas y creencias. Hay seres que van sembrando grano y seres que se dedican a picotear y arruinar cosechas. Hay seres que te acompañan un buen trecho, bajo castaños y robledales, disfrutando de la compañía amena, del buen hacer y el mejor enseñar, y seres que aún en su sencillez saben volcar valores y dignidad. Emilio Veiga es uno de esos seres que te enriquecen profesional y humanamente, que es lo mejor que se puede decir de una persona.

He tenido la oportunidad y la suerte de compartir dos años con él en una relación fluida presidida por el respeto mutuo, la humanidad y la profesionalidad. El café de cada mañana era la oportunidad para intercambiar ideas, contarnos historias o pedir pareceres. Por mi parte, confieso que ha sido una oportunidad para enriquecerme profesionalmente. Hay gente que merece que te descubras porque sabe aportar cosas, y gente que no merece más allá de lo que exigen las buenas maneras y la educación.

Para mí, Emilio Veiga ha sido un profesional con todas las letras y la extensión de la palabra. Ha sabido aportar cosas y enseñar otras formas de hacer lo mismo. A eso algunos le llaman innovación; yo le llamo profesionalidad. Después de dos años, lo que uno desea es poder presentar un buen balance de cosas hechas. Eso es lo que se espera de cualquiera que desarrolla un trabajo. Pero si, además, ese trabajo es el fruto de una formación envidiable, perfecto. Capital Intelectual a tope: Duke y Esade han hecho su labor, y tú pusiste tu sello personal.

A partir de ahora el café va a ser distinto, sin duda, porque ese camino que hemos recorrido en nuestra peregrinación por la vida nos ha cambiado también.

Hasta pronto.

De Armas tomar

Boquiabierto me he quedado ante el artículo de Armas Marcelo en ABC que tenía pendiente sobre la mesa de mi escritorio, en el que critica apasionadamente a la directora de cine Anette Olesen por haber antepuesto el respeto a la libertad de expresión. El motivo, por supuesto, no era otro que las caricaturas de Mahoma. Y para ello, el escritor canario hace uso de Popper y Freud (por cierto, a este último, cuyo nombre ha utilizado en el título, sólo lo menciona en la última línea del artículo).

Confieso que empieza a aburrirme el tema. Sobre todo, porque no acabo de entender ese fanatismo ideológico con que unos y otros se atrincheran defendiendo los valores más sagrados de sus respectivas culturas, incapaces de elevarse un palmo del suelo y, al modo budista y antes de abrir la boca, rezar algo similar a “debo respetar la cultura del prójimo”. Porque ese es el auténtico germen de la libertad: el respeto. Nadie tiene por qué comulgar con nuestras ideas ni nos podemos sentir paladines de nadie. No se les falta a los musulmanes más moderados, señor Armas Marcelo, por afianzarnos inalterablemente en nuestra “verdad” conquistada a la historia. No haga que le recuerde cuántas verdades históricas pueblan la ignominia humana.

Normalmente, detrás de las ideas siempre se encuentran los intereses. La Historia, la gran maestra del hombre, nos lo recuerda a cada instante. Incluso los católicos hemos sufrido una Inquisición ignominiosa; no digamos ya las polémicas permanentes que se originaron (y todavía subsisten) con la conquista colonial de las Indias por Cristóbal Colón y los “justos títulos” esgrimidos por unos y otros.

Sólo hace falta leer con detenimiento sus propias palabras, aquellas que utiliza para argumentar sus razonamientos: “…defienden el sentido obligatorio del respeto a las religiones por encima de la libertad de expresión”. Evidentemente, caballero, porque el respeto, sea a lo que sea, es una premisa del ser social, del hombre que vive en sociedad. Si no hay respeto a la persona, a la vida, a las ideas del prójimo, a su carácter y personalidad, a su cultura…, no puede haber, amigo mío, libertad de expresión. Es imposible. Aunque intente adjudicar argumentos serios y respetables a posiciones doctrinarias cuestionables, como ha hecho con una frase como “me gustaría preguntar si los dibujos publicados en la prensa alemana en los que se ridiculizaba a los judíos también formaban parte de ese concepto (libertad de expresión)”. Ese tipo de técnicas ya han sido analizadas previamente por lingüistas de prestigio. Le recomiendo la atenta lectura del libro de Malmberg “El poder de la palabra”.

No, señor Marcelo. La sociedad abierta de Popper es una sociedad donde se pone en tela de juicio el concepto de verdad eterna e inalterable. La verdad para Popper, aunque suene duro, es una “verdad útil”. Puesto a recomendarle, y con toda la modestia, también le aconsejo volver a leer la obra de este filósofo.

Comunicación pública

Hay tres principios esenciales para la comunicación de la Administración Pública. Por un lado, un imperativo legal que preside la actuación de las administraciones, que es la obligación de coordinación, impuesta por el ordenamiento jurídico; en segundo lugar, la transparencia, aunque ha sido siempre un principio de actuación no inherente a las políticas de los diversos organismos, pero que es un requisito ineludible si atendemos al carácter de servicio público que tienen las actuaciones de las administraciones, y por último, el requisito común para todas las estrategias de comunicación en las organizaciones, que es la de tener un mensaje único que transmitir.

Cuando cualquiera de estos tres principios faltan en la relación de nuestras Administraciones con el ciudadano, su cliente, hay que pensar que es muy probable que en la cocina del Ejecutivo existan demasiados maitres que den órdenes y pocos camareros sirviendo platos.

Adopciones

Xavier Salas, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y creador de la Fundación Umbele, propuso hace ya cerca de un año una forma de devolver la esperanza a los países africanos: que nuestras empresas adopten aldeas y ciudades. Si un ciudadano corriente y moliente puede adoptar a un desahuciado por la fortuna, decía Xavier, ¿por qué no puede una empresa hacer lo mismo con una aldea africana?

Es la nueva acción social solidaria con el tercer mundo. La idea de Xavier, economista de reconocida valía, no es desaprovechable, todo lo contrario. La intención es buena, sin duda, pero una idea como ésta contiene siempre una disyuntiva implícita con connotaciones éticas en las que cualquier alternativa es de difícil justificación porque siempre hay alguna otra tan válida como la elegida.

En ese sentido, el planteamiento de Xavier se me antoja parcial, o quizá sería mejor decir incompleto y con tintes demagógicos. Permítanme que ejemplifique para que entiendan a lo que me refiero, aún sabiendo que son silogismos que hay que examinar aislados de su contexto.

El mismo argumento podría utilizarse para muchos otros temas y países, aunque no estén precisamente en África. Seguramente más de uno dirá que la auténtica responsabilidad social de una empresa es la de crear empleo, y tendría razón, aunque nuestras necesidades no tengan absolutamente ningún parangón con las de aquellos para los que incluso un pedazo de pan es un lujo inalcanzable. El círculo argumental en el que podríamos incurrir sería vicioso: si hay más empleo, podría haber más ciudadanos que adoptaran niños africanos. Y así permaneceríamos en un constante ir y venir de argumentos que, aisladamente considerados, tendrían su parte de razón.

Para quienes tenemos hijos, su futuro es lo más importante. Si el 0,7% de los beneficios de las empresas españolas se destinara a crear un fondo para dar empleo a nuestros jóvenes, ¿cuántos podrían colocarse cada año? Estoy hablando de adoptar jóvenes, o desempleados de larga duración, o integrantes de familias sin un sueldo en casa, o…

¿Y por qué no otro 0,7% para esos países en desarrollo? Estamos hablando de 3,4 euros por cada 100 ganados, es decir, aún quedan 96,6 euros de libre disposición. Estamos hablando también de nuevos cotizantes a la Seguridad Social, que alimentarían nuevas familias, generarían más consumo para las empresas y más riqueza (Como si se tratase de una bolsa de empleo existente fuera de las empresas, una moderna oficina activa de empleo, donde se cubrirían las necesidades empresariales de mano de obra y los empleados se verían retribuidos con esos fondos aportados por todos).

Si la empresa X gana 100, debe destinar 0,7 a crear empleo y otros 0,7 a ayudas al tercer mundo. En definitiva, adoptaríamos jóvenes sin empleo, les daríamos un sueldo por realizar un trabajo, y no como hemos acostumbrado a nuestros desempleados, a darles un sueldo por estar en casa.

Pero por qué no hacer lo mismo con nuestros mayores, con los inmigrantes, los minusválidos, el patrimonio arqueológico, los tesoros culturales, la edición de libros…

Descubrimientos

Encuentro un deleite muy especial en las páginas de ciencia o en las noticias de carácter científico de los diarios. Estos días, por ejemplo, me asombro de que nosotros, en pleno siglo XXI, adoradores de los avances tecnológicos y de ingenios espaciales, predicadores de globalizaciones y del empequeñecimiento del planeta, sigamos haciendo descubrimientos inauditos. No hablo de que una luna de Saturno tenga agua, puesto que todo lo que se encuentra más allá de la estratosfera sigue siendo un gran enigma por desvelar, sino de que nos digan que la isla de Pascua fue un paraíso perdido miltoniano que comenzamos a destrozar hace ochocientos años, o que se haya localizado la tercera catarata más alta del mundo en plena selva peruana, o que en las montañas Foja, en Papúa-Nueva Guinea, existan aún especies desconocidas, que hayamos descubierto un crustáceo con pelo, o que todavía hace pocos días se haya visto por primera vez una ciudadela preinca en el distrito de Lonya Grande, en el Amazonas.

Son los clásicos descubrimientos que te afianzan en la esperanza de que todo tiene remedio: se acabará el petróleo, pero seguro que encontraremos yacimientos nuevos; acabaremos con el buitre leonado, pero aparecerán nuevas especies de aves que no conocíamos; joderemos el oxígeno del planeta, pero inventaremos una máquina que lo obtenga de todo tipo de compuestos químicos que tengan la mínima partícula de ese elemento indispensable para nuestra subsistencia.

Confieso una admiración secreta por cuantos dedican su vida a la noble tarea de la investigación: en ellos depositamos nuestro futuro. Admiración que, reconozco, no les ayuda lo más mínimo para pagarles el colegio a los críos o para comprar esos libros que cada día son más caros. Una admiración que, por otra parte, no les evita una profunda decepción ante los nuevos ídolos de los medios, del pueblo soberano, toda esa gentuza que hace de su vida privada su principal medio de subsistencia (por cierto, increíblemente bien remunerado) y que fomentamos como modelos para una juventud que debe contentarse con el esfuerzo presupuestario de una administración que pagará a un puñado de nuestras jóvenes mentes brillantes hasta 600 euros al mes. ¡Menudo despilfarro! A todos esos mequetrefes se les paga diez veces más por treinta minutos de su valioso tiempo dedicado a discutir por si salieron o no con el hijo de la vecina del tío de la de enfrente… ¡Todo un descubrimiento!

Vigo

Una vez más me acerco a Vigo, una ciudad agreste para el transeúnte. Es como un balcón al mar, de bellas vistas, pero de difícil acceso. Apasionado como soy al paseo lento y solícito de terrazas y fachadas, me recreo de nuevo en su arquitectura racional y en el área que abarca desde Gran Vía al Puerto, con Pi i Margall y Urzáiz, aproximadamente, como principales lindes. En el centro, el Castro, una fortaleza natural y casi inexpugnable. Desde sus atalayas se observa un Vigo industrial y marítimo, pujante y laborioso. Aquí se concentra la mayor oferta laboral de Galicia, pero también es la nueva personificación de los reinos de Taifás, con sus innumerables contradicciones y peleas internas. A Vigo le falta un dirigente que aglutine voluntades para convertirse en la Barcelona del Atlántico. Y puestos a pedir, si fuera algo más llana, mejor, aunque sólo fuera por consideración a quienes preferimos la velocidad del pie a la del tranvía. Aunque en este caso posiblemente no fuera necesario un laberinto urbanístico como el de la ciudad olívica, con un campus universitario que me asustó la primera vez que lo visité, por mal comunicado y distante de la ciudad. Lo siento, pero he disfrutado siempre del campus pegado a la ciudad, con metro, autobuses y bellos paseos primaverales. Digamos que hablo de Barcelona o de Madrid, por no citar a Salamanca o Santiago con sus facultades en pleno corazón artístico y monumental. Al pretexto del espacio siempre le objeto el pretexto de la especulación y el precio del suelo, porque hace años en muchas de nuestras ciudades lo que sobraba era suelo y lo que faltaba era planificación. La vida urbana es más intensa cuando los estudiantes forman parte de su paisaje cotidiano. Santiago no sería lo que es sin su tuna y su Alameda. Lo mismo pasó con el campus de Riazor: ya no es lo mismo para quienes conocimos el antes y el después de su emigración a Elviña, que también carece de una comunicación ágil y racional. Pero Vigo apostó por una ciudad universitaria en toda la extensión de la palabra, aunque con débil equipamiento estudiantil hasta el momento. Sigo Gran Vía arriba, hacia Plaza de España, y comienzo a sentir las cuestas en mis piernas.

lunes, mayo 08, 2006

Competitividad

La primera vez que pisé un periódico fue para encargarme de la sección de Extranjero. Fue hace veinte años, pero en aquella época todavía se trabajaba con teletipos y la maquetación se hacía con tipómetro y mucha intuición. Gané la admiración de mis superiores cuando el responsable de talleres les comentó que las páginas de aquel gallego novato habían quedado clavadas, sin necesidad de tocar una sola línea.

Tiempo después, y gracias a que toda la vida me he dedicado a estudiar los temas más diversos, estaba sentado ante un ingenio mecánico que facilitaba sobremanera la contabilidad de los clientes de una empresa de coloniales. Me consideraba bueno en Contabilidad, y por tal me habían contratado, pero jamás había visto en mi vida una Soentron como aquella, que no tardé en dominar en un par de días.

Lo mismo me sucedió en sucesivas ocasiones ante máquinas, ordenadores (uno de los primeros ordenadores personales de una conocida empresa lo tuve en mis manos) y software de diversas clases. Sin embargo, siempre he quedado perplejo ante la insistencia en que la tecnología y los costes son los que marcan la diferencia de competitividad en las organizaciones. Efectivamente es así entre organizaciones que fabrican el mismo producto y que se diferencien por su nivel tecnológico o por su estructura de costes, pero el contrapunto a la posesión de tecnología se encuentra en que ésta es fácilmente adquirible y no resulta difícil aprender su manejo. Y digo “aprender”, no “comprender”. Los países emergentes de Oriente no sólo se caracterizan por sus bajos costes salariales, sino porque están incorporando con gran celeridad las nuevas tecnologías a una mano de obra barata que aprende con facilidad.

Por eso pongo los ejemplos. La tecnología en sí misma es un elemento diferencial a corto plazo. Lo que realmente diferencia a una organización de otra es su capital intelectual, que no es copiable en absoluto, y que es el que marca la diferenciación, permanente en el tiempo, a través de procesos de innovación.

Existe un principio básico de actuación en marketing que dice que no debes actuar antes de establecer tus objetivos. De igual manera, en la economía productiva ningún empresario actuaría antes de conocer a fondo su negocio. Sin embargo, a diario nos encontramos con ejemplos de todo lo contrario: dirigentes de todos los ámbitos que actúan sin objetivos y sin conocimiento de lo que llevan entre manos, o que recurren al lugar común como la mejor definición de una situación dada.

Un ejemplo lo tenemos en la educación como valor para la competitividad empresarial. La repetida expresión que afirma que el personal es el elemento más importante de la empresa, no se ve correspondida con una estrategia de recursos humanos que planifique, reclute, gestione y potencie un valor tan decisivo para las organizaciones.

Si le pedimos a alguien que describa nuestra época, recurrirá a los clichés por todos utilizados. El más común, posiblemente, sea el de “sociedad de la información”: una definición que encontramos en el primer capítulo de numerosos ensayos de literatura empresarial y de management. Y efectivamente lo es, no lo vamos a poner en duda, pero describir una época no significa describir un escenario futurible, sino ser consciente del punto de partida. La diferencia entre ambos estadios radica en que el trayecto de uno a otro se recorre mediante la gestión del cambio: Desde un punto de partida a un punto deseable.

Analizar el entorno diciendo que estamos en la sociedad de la información, la innovación y la importancia de la tecnología no significa más que describir lo que nos rodea, pero no a dónde queremos llegar. Y a donde va nuestra sociedad no es a otra sociedad de la información, sino de la educación, una “sociedad educativa” donde la educación durante toda la vida será la que abra la puerta a la creación de conocimiento sobre el que fundamentar la innovación y la diferenciación. A eso se refería la UNESCO en el informe de 2001. Cinco años después, seguimos comprobando que la formación no es un elemento pilar del futuro de nuestra sociedad. Si no podemos competir en costes, busquemos otra variable para hacerlo. A eso se le llama crear mercados, buscar la diferenciación.



Punto y final

No haré caso a Whitman y escribiré poemas que se refieran a las partes y no al todo, aunque la ortodoxia del género me diga que no es lo correcto. En estos momentos, ante el folio en blanco, debo cumplir con la obligación contraída de los dos artículos semanales aunque no pueda pensar en otra cosa que no sea el futuro como parte del pasado. “El futuro al fin tiene cara”, escribía Octavio Paz. El futuro, en la cuarta planta del hospital Novoa Santos de Ferrol, tiene la cara de la esperanza resignada a su mala suerte. Llevo un mes entrando y saliendo de ese edificio con aire de pazo gallego, donde aún se oyen los pájaros y huele a verde de pinos y lluvia.

La cuarta planta es un taller donde se escribe el último párrafo de la historia personal de sus habitantes. “Es una planta especial”, te dicen cuando atraviesas la puerta por primera vez pensando en la nefasta rutina de la Seguridad Social. El tiempo hará que todos los defectos que has criticado a un régimen de sanidad pública gestionado con criterios funcionariales, se ven paliados con un centro como éste, donde todavía el hombre es un ser humano.

Decía que la cuarta planta es donde, si quieres, recuerdas, y si quieres, olvidas, como versificaba la poetisa Christina Rosetti. Allí sus inquilinos escogen, con la paciencia de quien se sabe ajeno al tiempo, sus últimas palabras y las hilvanan como pueden y saben antes de que nosotros, censores del lenguaje, les pongamos el punto y final.

Yo sé que me recordaste en estos últimos días porque te delataron tus pocas palabras. No he podido retenerte, ni hubiera sabido. Dicen que el dolor es lo único que llena el vacío del amigo ausente. Para mí, pequeño admirador de Unamuno, lo que llena ese vacío es el recuerdo, el único vencedor de la muerte.

No llegué a saber qué me querías, aunque lo imagino. Fueron muchos años juntos, creciendo hombro con hombro, y me otorgo el derecho a saberlo, y más cuando sé que llevabas diez años luchando sólo para ver crecer a tu hija. No creo que importe otra cosa llegado el momento. No te preocupes; sabré hacerlo.


Talla 34

Aunque me negué en un principio, pero sin la convicción que requería tal menester, no pude evitar que mi cuerpo acabara en un desfile de tiendas a lo gaudí, yo, que disfruto de los vaqueros como prenda de todo tiempo en el sentido más literal de la palabra, apiñado en un remolino de jóvenes con más de diez euros en los bolsillos, más de lo que hubiera soñado en algún tiempo en que maquinábamos la mejor forma de desvalijar furtivamente la hucha para invertir en cómics y chicles, los valores más cotizados de la época, entonces no había Bolsa ni casi periódico, y los valores bursátiles más conocidos eran las matildes, el dictador de la época -esfuerzo le costó-, videla, cuántos quebraderos de cabeza para cerrar la página de internacional cuando el desfase horario convertía al argentino en el delincuente de mis tardes-noche en la calle moros de gijón, y ahora, en cambio, el problema es encontrar una talla normal, para un crío que ha cogido no sólo los planes de desarrollo de lópez rodó sino también el baby-boom, los yogures de sabores y las hojas de lechuga en las hamburguesas completas, que dice que lo normal es la 34-36, haciendo un esfuerzo podemos llegar a la 38 ajustadita, ¿pero no pretenderá usted que la 40 sea de un niño sano?, no, qué va, que ya sé el rollo ese de la responsabilidad social corporativa y las ayudas a los países del tercer mundo, el cumplimientos de los derechos humanos relativos al trabajo infantil y la deslocalización más ajustada a la libertad de mercado, no me interprete mal, ¿pero no me dirá usted que las modelos que se enfundan estas miniaturas son el prototipo de la juventud española?, ¿quiere decir que son todos anoréxicos?, no diga usted eso, qué barbaridad, ¿no pretenderá que fomentamos la anorexia?, no, por favor, no he dicho tal, sólo digo que sus preceptos de responsabilidad social son papel mojado frente a tamañas evidencias, enséñeme una talla 40 en este modelo por favor, ¡hombre, una cuarenta!, pues, sí, una cuarenta, que todavía existen criaturas que invocan a Tiziano y a Rubens por las calles españolas, afortunadas ellas aunque no lo sepan, o no lo crean, o lo que diablos quieran, yo sólo sé que incluso una talla 34 puede ser excesiva para algunos perímetros craneales, que esta tarde se está enredando como una madeja de lana vieja…

lunes, abril 17, 2006

Un prius social

Ni siquiera alguien tan absurdo y sórdido como Torrente podría mantener el equilibrio cuando camina sobre las telarañas tendidas en la carpa de este circo que es la vida. La condena a David Irving, que no goza en absoluto de mis simpatías pero sí de mi respeto, que es un prius social que otorgo a todo el mundo como hacían los emperadores romanos con el circo para el pueblo, me parece no excesiva, porque las condenas nunca son excesivas sino ajustadas a derecho, pero sí tan condenable como cualquier otro abuso de un Estado que, se supone, ha de velar por los derechos fundamentales, simplemente por haber opinado en su calidad de historiador. Un historiador de insuficiente alto, vamos que aprobado por los pelos, pero como tal ejerce. Su negación del Holocausto ha sido sin duda un exabrupto reprensible, pero argumentado. Cuando la razón habla, aunque su lógica gramatical no responda a los esquemas aristotélicos, lo que se debe hacer es contrarrestarla con argumentos bien construidos, pero jamás con la fuerza, aunque proceda de los órganos legítimamente constituidos por el Estado de Derecho. La sanción social es, a mayores, más que suficiente para quien ha de ejercer sin pupilos ni lectores.

Largas una imbecilidad manifiesta, como un escupitajo por la calle, y viene el poli de turno a recordarte que la falta de pulcritud está penada con sanción administrativa. Eso es éticamente correcto. Pero a Irving se le ha castigado con cárcel, que no es lo mismo ni por aproximación, porque ha cometido el error de argumentar “ofensivamente” (¿a qué me suena esta doble vara de medir?).

Hay gente que va escupiendo por la calle, y que merece una sanción en toda regla, que le digan a la cara que es un cerdo, un marrano con todas las letras y alargando la erre, pero incluso en ese momento merece respeto y buenas maneras, porque si no, podrías tú ser más cochino que él. Es algo así como la aplomada arrogancia del sir británico, siempre cortés en su papel de faraón amortajado.

Lo que deberían hacerle a Irving es obligarle a volver al colegio, pero empezando la Historia por la contraportada, por el último capítulo, que siempre nos hemos quedado con las ganas de estudiar cómo fue el siglo XX a costa de empollarnos los reyes godos. Qué pesadez, que aún hoy día siguen empezando con la creación bíblica y sus semejanzas con las génesis de otras culturas: el primer palo del primer hombre del primer pueblo que habitó el primer continente cuando aún los continentes ni tenían fronteras continentales. Y nunca conseguimos llegar al paripé del presidente de turno. Ya va siendo hora de que alguien empiece la enseñanza desde la última hoja, cada vez menos frecuente por cierto, aquella que dice que “este libro se acabó de imprimir en tal sitio en tal fecha”. Así, al menos, todas las historias empezarán en nuestros días, y de esta manera, cuando lleguemos al Neolítico, no nos importará mucho que sea el punto y final, que los primeros rayos del verano salpiquen nuestros pupitres y la vista se pierda en otros horizontes…

Una respuesta en voz alta

Me permito contestarle desde esta tribuna, aunque estuve dudando de si hacérselo directamente desde el mismo foro que usted ha utilizado para ofrecerme su propia reflexión a propósito de mi anterior artículo. En cualquier caso, me pareció lo suficientemente importante como para atribuirme esta libertad. Sin embargo, tómelo como una reflexión en voz alta, con todo mi respeto y cariño. En absoluto pretendo ser garante de verdad alguna. Todo lo contrario, opino que las mayores atrocidades de la historia se han cometido en nombre de la verdad.

De hecho, antes de escribirlo yo también tenía serias dudas sobre qué derecho debía primar cuando colisionan dos derechos subjetivos de la persona. Pero al final, fui incapaz de concebir una sociedad donde cada ciudadano se sienta con todo el derecho de andar por ahí, bajo su soberana “libertad de expresión”, “expresando” todo lo que piensa de sus vecinos o del primero que vea por la calle, o haciendo potestad inviolable de sus facultades de “expresar” en los medios de comunicación la primera cosa que le venga a la cabeza. Eso parece desprenderse de su reflexión, aunque le conceda que es irracional la situación de escritores como Rushdie o las trabas posibles para obras de cine como la inspirada en el Código da Vinci. Irracional e inaceptable. Como lo son que, invocando el honor humillado, se quemen embajadas o se atente contra intereses o personas occidentales.

Sin embargo, habrá de convenir conmigo en que el hombre, para vivir en sociedad, ha de dotarse de reglas, de normas obligatorias, cuya legalidad brota de su propio proceso de emisión a través de las fuentes legitimadas democráticamente para tal menester. Esas normas, nos gusten más o menos, son las reglas de juego con las que nos hemos dotado para jugar a la partida de vivir en sociedad. Si no nos gustan, democráticamente podremos cambiarlas a través de los órganos legitimados con los que nos hemos dotado.

Si esto es así, y si a la situación descrita al principio de este texto le unimos la posibilidad de que los demás vayan haciendo uso de sus propias facultades para “expresar” lo que les venga en gana, creo que el odio, el fanatismo, la irracionalidad, la insensatez serán los únicos principios verdaderamente “democráticos”. Afortunadamente, tanto usted como yo vivimos en sociedades que ya han sufrido un proceso de secularización importante y que han vivido sus propias revoluciones liberales, lo que las ha hecho mucho más permisivas (o lo que es lo mismo, han incrementado notoriamente la esfera propia de cada uno de esos derechos subjetivos).

Cuando se invoca un derecho, hay que pensar que ese mismo derecho lo tienen los demás, y actuar en consecuencia. No creo que a nadie nos beneficiara llenar nuestros periódicos con alusiones, cuando menos dudosas, a nuestros principios y creencias. Así, por ejemplo, las sociedades democráticas hemos dicho que nuestro derecho a la propiedad no es absoluto, y de ahí hemos legitimado las expropiaciones por interés general. Mi derecho a la libertad de expresión, que es uno de los derechos fundamentales de la sociedad democrática y occidental, no es ilimitable como para que pueda andar por ahí mofándome de las culturas o creencias de los demás. Y el derecho a la libertad de expresión no es exactamente el mismo derecho, amigo mío, que el de la libertad de creación, germen de la innovación y el progreso. Insisto: vale más buscar terrenos comunes en las relaciones no sólo personales, sino también internacionales, que atrincherarse en castillos medievales haciendo uso del derecho de presura. Aunque personalmente podamos creer que ciertas libertades admiten mayores márgenes de actuación, también debemos ser conscientes de que no vivimos solos en un paraíso rousseniano. Necesariamente hemos de llegar a acuerdos, y en todos los acuerdos existen al menos dos voluntades que están dispuestas a alcanzarlos. Ese es el milagro de cada día.
(Xornal.com)

lunes, abril 10, 2006

Llega Kepler

  • NetBiblo busca 90 títulos para editar en 2006, a los que destinará 1,5 millones de euros.
  • Incorpora a su oferta las más modernas tecnologías de la información, de uso normal en el sector financiero, para mantener una relación directa y transparente con los autores.

La joven editorial coruñesa NetBiblo ha presentado en Madrid el programa Kepler de ayuda a la edición, una convocatoria anual que la empresa acaba de inaugurar. La editorial se lanza así a la búsqueda de noventa títulos de carácter científico-técnico para editar este mismo año, a los que destina 1,5 millones de euros.

La editorial Netbiblo convoca por primera vez, y con vocación anual, el Programa Kepler de ayudas a la publicación para obras científico-técnicas. Para ello ha destinado una dotación de 1,5 millones de euros para poder llevar a cabo la publicación de 90 novedades editoriales durante el año 2006.

El Programa Kepler, que se destina a todas las áreas de conocimiento y para obras en lenguas castellana e inglesa, ha sido presentado a directores de departamento universitario de distintas universidades españolas y centros de investigación en un acto que se celebró en Madrid y en el que intervinieron el profesor Antonio Grandío, de la Universidad de A Coruña, y el director de la editorial, Carlos Iglesias.

Este Programa de ayudas surge al detectar la editorial Netbiblo la necesidad de que los investigadores españoles puedan publicar sus obras con la máxima calidad y difusión posibles. Para ello, la editorial coruñesa Netbiblo, apoyándose en su experiencia y en la empresa del Grupo Biblo, Gesbiblo, especializada en la producción y distribución editorial, ha logrado que este ambicioso proyecto editorial pueda ver la luz a través de la primera convocatoria que se realiza y en la que los autores se incorporarán de forma activa al proceso de comercialización del libro.


Autores con tarjetas bancarias que se involucran en el proyecto

A todos los autores cuya obra haya sido seleccionada para formar parte de este plan de publicaciones, se les entregará un tarjeta de acceso electrónico para que puedan hacer el seguimiento en tiempo real, tanto del proceso de producción editorial de la obra, como de las ventas y derechos de autor por mes y por zona a través de Internet, correo electrónico o a través de su teléfono móvil. De igual forma, podrá saber qué promoción y marketing está realizando la editorial de su obra.

Para que el autor o la institución se incorporen al proyecto, la editorial y éste firman un compromiso de edición de la obra mediante el que el único requisito que se le exige al autor es el compromiso, una vez que se haya publicado la obra, a adquirir cuarenta ejemplares de la misma a precio de catálogo. Gracias a este acuerdo, la editorial puede conseguir que la obra vaya con los estándares máximos de calidad y que se pueda hacer el mayor esfuerzo promocional, al mismo tiempo que se incorpora al autor a todo el proceso de seguimiento y edición, pudiendo comprobar en directo cuál es el estado de la producción, comercialización y campañas de marketing en torno al libro.

jueves, abril 06, 2006

Presentada la primera serie de Comunicación Organizacional

La serie comunicación empresarial de la editorial NetBiblo hizo su presentación en el Casino de Madrid con el propósito de convertirse en los líderes hispanoamericanos en esta área de conocimiento.

La editorial coruñesa NetBiblo (www.netbiblo.com) puso en marcha el proyecto “Comunicación empresarial” en 2003. A finales de 2005 contaba ya con siete títulos en el mercado de un total de diez autores, entre ellos algunos de los más reputados especialistas internacionales. Ahora, antes de seguir poniendo en las librerías nuevos títulos, ha hecho su presentación en Madrid ante los especialistas del área, profesores de Universidad y profesionales de empresas.

El coordinador de la seriem presentó las líneas maestras de la serie y cuáles son sus objetivos para los próximos meses. Con diez autores ya editados, actualmente tiene catorce nuevos proyectos en marcha, que abarcan la comunicación interna, las nuevas tecnologías, la responsabilidad social, el área jurídica, las relaciones con los medios, las relaciones públicas y la publicidad.

La editorial anunció que en 2007 NetBiblo tendrá la colección de títulos más importante del mercado en Comunicación y se lanzará a por el mercado anglosajón.

viernes, marzo 10, 2006

Respeto y religión

No hay nada más inútil que las posturas fundamentalistas en torno a los derechos de la persona. Pocos defienden que existan derechos de carácter absoluto a no ser quizá el derecho a la vida, a la dignidad de la persona o a su libertad de conciencia. Cualquier otro derecho ha de ser relativizado, aunque sólo sea en la medida como se contemplan los derechos subjetivos en los ordenamientos jurídicos occidentales, con expresiones semejantes a “el derecho de cada persona termina donde comienza el derecho del prójimo”.

Estos días estamos asistiendo al poco gratificante enfrentamiento en torno a la primacía del derecho a la libertad de expresión sobre otros derechos subjetivos, con motivo de las viñetas irrespetuosas –a mi juicio- publicadas por algunos diarios europeos, ofensivas para el sentimiento religioso musulmán. Esta polémica se ve azuzada por el hecho de intervenir en ella dos concepciones del mundo radicalmente diferentes, aunque con raíz común: la cristiana y la musulmana. Sin embargo, quizá en ningún sitio como en España, donde han confluido las culturas que se ramificarían en la Europa moderna: la greco-romana, la goda, la judía y la musulmana, deberíamos ser sensibles a esta polémica.

Normalmente los defensores de esas viñetas se escudan en un derecho que consideran todopoderoso: el de la libertad de expresión. Sin embargo, deberían tener en cuenta que la burla de los dogmas y creencias religiosas está tipificada en el artículo 525 del Código Penal. Delitos que se consuman, por cierto, con la existencia de publicidad, puesto que de otra forma podrían considerarse dentro del campo de las injurias, penalizadas en el artículo 208.

Deberíamos entender, con generosidad de miras, la crítica de los musulmanes a lo que consideran una afrenta que, no lo olvidemos, no puede escudarse en ese derecho fundamental de la persona a exponer sus opiniones y creencias, que no es absoluto en nuestro ordenamiento jurídico.

En momentos así, hay que ponerse en el lugar del otro y saber pedir perdón. Porque el odio sólo engendra monstruos.

martes, febrero 21, 2006

Cien años después

“La vida es un pañuelo”. Así definía la hija de Carlos Sobrino los innumerables cruces de caminos que jalonan nuestras vidas. Un pintor como su padre diría que la vida está hecha con los mismos colores que se entremezclan en la paleta de cada persona. Un matemático, en cambio, que la vida, al fin y al cabo, no es más que el producto de las combinaciones de “ene” elementos tomados de veintisiete en veintisiete, el mismo número de letras con el que trabaja un orfebre de las palabras, quien describiría la vida como un flujo de ideas articuladas por el lenguaje.

Francisco Lloréns era compañero de su padre, pero para mí era el nombre de una calle como muchas otras que recuerdan en A Coruña que hace cien años un grupo de amantes de la cultura trabajaban por fundir en el mismo cuadro letras, números y colores. Y Sobrino, en ese instante, era un cuadro que atravesaba con óleo la diagonal del lienzo en una sabia combinación de árboles y río, como muchos de los rincones que pueblan Galicia.

Periodismo y literatura van íntimamente unidos desde que el hombre salió de las estepas africanas y dijo “luz” para referirse al instante en que el horizonte se hacía visible a sus ojos. La misma palabra con que Dios empezó su creación o que Guillén dejó, desnuda y perfecta, en alguno de sus muchos versos.

La Asociación de la Prensa de La Coruña, fundada un año antes que la Academia Galega, acogía también a algunos de los nombres que figurarían entre los miembros de la institución académica. Quizá el mejor calificativo de aquella época, finales del siglo XIX y comienzos del XX, es el de una “inquietud ilustrada”, en la que confluían el rexurdimento galego, el galleguismo de Murguía y Lugrís y el regionalismo de Brañas.

La primera década de 1900 era un hervidero, un nuevo Miño al que habían volcado sus aguas afluentes de las cuatro provincias. La Academia nacía en la emigración, pero daba sus primeros frutos en A Coruña. La Pardo Bazán con su Sociedad del Folklore, Curros y Fontenla con la Asociación Protectora y la savia nutriente de la Asociación de la Prensa servirían para sostener de la mano los primeros pasos de la Academia. Sin embargo, habría que esperar muchos años, hasta finalizar el siglo XX, para que un periodista de raza y vocación, Roberto Blanco, fuera el protagonista indiscutible del Día das Letras Galegas, fruto de la actividad de la Academia.

Junto a la prensa nacionalista que prolifera en Galicia desde 1800, la prensa generalista y local sirve de tribuna a las firmas cualificadas de los miembros de la Academia en cualquiera de sus secciones, y de principal ocupación de algunos de ellos. Eladio Rodríguez, Antón Villar Ponte, Alejandro Barreiro, Wenceslao Fernández Flórez, Andrés Martínez Salazar, Manuel Lugrís, Galo Salinas, Eugenio Carré, Pan de Soraluce, Puga y Parga…

Este año festejamos el centenario de la Academia, pero también disfrutaremos de la nueva savia que brota en el árbol centenario de la Asociación de la Prensa. Felicidades a ambas instituciones.