lunes, agosto 21, 2006

Empresa y Universidad

Hay que desacralizar la economía. Desde la caída del muro de Berlín y el fracaso del modelo socialista soviético, parece que nada se opone a ese nuevo liberalismo radical que convierte la dictadura del mercado en la única creencia de las sociedades desarrolladas. “Es lo que pide el mercado”, oímos por todas partes, en cualquiera de sus variantes. “Es lo que quiere la audiencia”, y nos tragamos toda la telebasura y golfería de un retén de miserables que, para más inri, se ven amparados incluso por la profesión periodística conocedores como son de que muchos compañeros, recién titulados, no desean más que la misma oportunidad que se les dispensa a todos esos iletrados que pululan a doquier. “Es lo que quiere el pueblo”, y se justifican todo tipo de tropelías y disparates según el gusto del gobernante de turno.

Hace un tiempo se rizó el rizo, y lo que quería –según parece- la economía era que la investigación se concentrara en media docena de titulaciones para mayor gloria de Galicia. E imaginaba a los empresarios gallegos decidiendo cuáles son los perfiles ideales para sus futuros trabajadores, sentados a la mesa con las oenegés del barrio, los partidos políticos de turno, las asociaciones más representativas (o casi) y algún que otro profesor perdido entre tanta reunión y comisión para definir los planes de estudio.

Un paso más en la desdicha de la enseñanza: incluso los empresarios, que en Galicia no se caracterizan precisamente por su amplia formación universitaria (en torno a uno de cada cuatro poseen estudios universitarios), pedían entrar a diseñar los modelos de enseñanza superior en favor del progreso de la comunidad. Aunque habría que definir qué se entiende por progreso, cuál es el modelo ideal para un país o comunidad y en qué medida las diferentes titulaciones contribuyen a ese progreso, cosa que nadie se ha planteado.

Repaso en la hemeroteca y leo cosas como que disminuyó en 8.000 el número de alumnos de las universidades gallegas o que los empresarios se muestran reacios a iniciar nuevos negocios en el campus de Vigo, cuando no a cerrarlos; A Coruña va salvando el tipo como puede y el descenso de alumnos en los campus se distribuye de forma muy desigual; el volumen de población universitaria gallega dista de su máximo histórico. En resumen, noticias que reflejan resultados de un modelo universitario muy precario que se puso en marcha con las bendiciones de administración y agentes sociales y económicos de Galicia.

Puedo admitir que el volumen de recursos dedicados a las universidades gallegas está muy por debajo de lo que aconseja el desarrollo de la sociedad gallega. Pero también es cierto que hemos creado un sistema universitario que no tiene sentido en una comunidad como la nuestra, con tres universidades públicas más la UNED y campus en toda ciudad que se precie. A todas luces un número desproporcionado para una población que se sitúa por debajo de los tres millones de habitantes y menos de cien mil universitarios, y aún más, si tenemos en cuenta que cada una de esas universidades no han seguido una política que tuviera como referencia su propia viabilidad futura como hubiera hecho otra empresa, si exceptuamos quizá a la Universidad de Santiago, que es probablemente la que menos culpa haya tenido en este disparate permitido por las administraciones.

Ante este problema de todos, la primera salida es la de pedir un trozo más grande de la tarta que se pone cada año sobre la mesa. Tienen razón, pero esa no es la única solución. Es inconcebible que nuestras universidades sigan pensando en términos de universalizar la oferta de titulaciones, sin atender a criterios de calidad y demanda. Pero tampoco tiene sentido que se piense en financiar a nuestras universidades pensando no en el número de alumnos (que ellos mimos han olvidado cuando han ido generando una mayor oferta universitaria para la misma población, por no entrar en un análisis detallado de la pirámide poblacional gallega), sino en la demanda laboral, que nos llevaría a que las Humanidades quedaran siempre relegadas por culpa de una deficiente concepción de lo que son las habilidades direccionales en nuestras empresas. Probablemente también haya que hacerlo, pero la búsqueda de recursos para que se financien nuestras universidades deberá partir de un auténtico modelo de futuro para cada una de ellas, de la necesidad de vincular financiación a investigación, de un sistema que invalide de alguna forma las demandas cíclicas producto de las demandas laborales y, por supuesto, mucho sentido común.

Tampoco parece acertado que se pretenda que la investigación y el máximo exponente de la cultura de un país, que es su universidad, queden directamente vinculadas al rigor del mercado. Aún más, parece un disparate que sea el mercado el que decida el modelo de desarrollo cultural de un pueblo. Volvemos a caer en los mismos errores de siempre, y más cuando comprobamos una y otra vez que no siempre son los agentes económicos los que se mueven por modelos que el propio mercado desecha pragmáticamente.

Se puede favorecer el desarrollo de un pueblo partiendo de capital humano cualificado, que no debe supeditarse a sus necesidades empresariales o económicas coyunturales. Para eso existen otros medios de colaboración empresa–universidad que no hipotequen su futuro.

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