Ahora es más fácil pescar subsaharianos que peces. Nuestros pesqueros se echan a la mar y recogen en sus cubiertas historias personales de sufrimiento y desesperación. Afortunadamente, la sociedad civil aún demuestra a la clase política que la humanidad está por delante de otras consideraciones ajenas al ámbito de lo ético. Nadie elige el lugar donde nace, y todos somos acreedores de una mano abierta y amiga. Algo tan evidente es, sin embargo, muy difícil de hacer realidad a la vista de las masivas inmigraciones que despueblan África, incapaces de encontrar soluciones cuando el problema que se debate se presenta como una confrontación entre sociedades paupérrimas y poblaciones condenadas a la miseria y a la muerte en periplos dantescos.
Las recientes imágenes de los pescadores en el Mediterráneo y en el Atlántico, movidos por puros criterios de solidaridad, o aquellas conmovedoras que nos ofrecieron los bañistas en Canarias arropando y ayudando a quienes medio muertos arribaron a la playa en la que ellos disfrutaban del sol, nos hace recapacitar sobre los criterios que mueven a los gobiernos a la hora de articular no ya sociedades del bienestar, sino sociedades solidarias con quienes no han tenido la inmensa suerte de nacer entre la opulencia occidental.
Junto a estas lecciones con lo mejor del ser humano, nos sorprende la inconcebible reacción de otros bañistas, esta vez usuarios de una piscina pública, que reaccionan con violencia ante el beso de dos homosexuales. Todo lo ejemplar de los episodios nacionales anteriores, destruido en un momento por una horda que desprecia la diversidad.
Sin embargo, estas conductas cerriles son, tristemente, no ya frecuentes, sino cada vez más consentidas, y así, mientras una buena parte de la población es ajena a las discusiones baldías de los políticos, otros se baten entre el blanco y el negro, la derecha y la izquierda, el sí y el no, incapaces de entender que las bipolaridades sólo esconden reducciones absurdas e injustas. Ahora se considera normal el ver cómo se tilda a los demás de uno u otro extremo en función de si se acomoda o no a las creencias subjetivas de quien no se recata en calificar o menospreciar al prójimo con términos no sólo injustos, sino inciertos. Y no se entiende que existan multitud de matices y colores entre los extremos, que el bien y el mal, la verdad y la mentira, no son privilegios de nadie, y en todos los asuntos humanos debemos encontrar el mayor de los respetos. Incluso la Ciencia, aparentemente tan ajena a lo humano, avanza porque se considera válida toda teoría, aunque no sea exacta, mientras no se encuentre ninguna mejor que la sustituya.
Las recientes imágenes de los pescadores en el Mediterráneo y en el Atlántico, movidos por puros criterios de solidaridad, o aquellas conmovedoras que nos ofrecieron los bañistas en Canarias arropando y ayudando a quienes medio muertos arribaron a la playa en la que ellos disfrutaban del sol, nos hace recapacitar sobre los criterios que mueven a los gobiernos a la hora de articular no ya sociedades del bienestar, sino sociedades solidarias con quienes no han tenido la inmensa suerte de nacer entre la opulencia occidental.
Junto a estas lecciones con lo mejor del ser humano, nos sorprende la inconcebible reacción de otros bañistas, esta vez usuarios de una piscina pública, que reaccionan con violencia ante el beso de dos homosexuales. Todo lo ejemplar de los episodios nacionales anteriores, destruido en un momento por una horda que desprecia la diversidad.
Sin embargo, estas conductas cerriles son, tristemente, no ya frecuentes, sino cada vez más consentidas, y así, mientras una buena parte de la población es ajena a las discusiones baldías de los políticos, otros se baten entre el blanco y el negro, la derecha y la izquierda, el sí y el no, incapaces de entender que las bipolaridades sólo esconden reducciones absurdas e injustas. Ahora se considera normal el ver cómo se tilda a los demás de uno u otro extremo en función de si se acomoda o no a las creencias subjetivas de quien no se recata en calificar o menospreciar al prójimo con términos no sólo injustos, sino inciertos. Y no se entiende que existan multitud de matices y colores entre los extremos, que el bien y el mal, la verdad y la mentira, no son privilegios de nadie, y en todos los asuntos humanos debemos encontrar el mayor de los respetos. Incluso la Ciencia, aparentemente tan ajena a lo humano, avanza porque se considera válida toda teoría, aunque no sea exacta, mientras no se encuentre ninguna mejor que la sustituya.
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