“É o inferno”. Así calificaban la situación, en el día de San Lorenzo, quienes entraban en nuestros hogares por esa puerta siempre abierta al mundo que es la televisión. “O peor son as casas”. San Lorenzo fue el mártir de la parrilla y con tal simbología nos lo ha representado la imaginería popular. Ahora, Galicia es una inmensa parrilla al sol de San Lorenzo. “Alí hai lume, aquelo é Paradela”. En el horizonte, una columna negra revelaba que otro fuego quemaba la provincia de A Coruña. El día 10 de agosto La Castellana festejaba su patrón de sol y ceniza, mientras brochazos parduzcos ensuciaban distintas zonas del paisaje aún verde.
La Castellana está en la carretera nacional N-6, entre Betanzos y Guitiriz. El fuego era el tema que regaba las comidas en familia y el café postrero. “Quitar as brigadas non foi unha boa idea. Así sempre haberá lume, porque para moitos é unha fonte de ingresos moi importante. ¿Ves aquelas torres de telefonía? Cinconta mil pesetas ao mes de renda”.
En estos días reina Televisión Española, con los directos y falsos directos de “España en directo”, un programa veraniego que nos descubre una Galicia ennegrecida y asolada. Cuando el monte se quema, algo de todos se quema, decía aquel viejo lema publicitario, pero la parrilla televisiva nos inunda de telenovelas y programas que bordean los derechos constitucionales más ligados con la esencia de la personalidad. Parece que no a todos les importa que algo nuestro se queme.
Al pie de la calle, en los hogares del rural o en los cafés de quienes trabajan en agosto, sólo se habla de fuego y de las discusiones de nuestros representantes políticos que, una vez más, les alejan del paisano que vive en y con el monte, del ciudadano de que se enfrenta al fuego con ramas y palas. “E xa verás como chova moito”. La Administración autonómica intenta convencerles de que, en esta ocasión y a diferencia de otras, la lucha se hace con la verdad y la transparencia, y el presidente de la Xunta asegura al mismo tiempo que la situación no está desbordada. Sin embargo, un programa de la televisión pública retransmite cada tarde y en directo cómo los vecinos atemorizados, indefensos, impotentes y angustiados luchan contra el fuego en una contienda desigual e indignante. “Salvamos Morono con cubos de agua”, leemos en la prensa, y los miembros del Grupo de Intervención Rápida de Boqueixón dicen que se sienten "impotentes e enfadados”.
Los periódicos amanecen con fotografías donde se ven cadenas humanas y cubos de agua de mano en mano luchando contra las llamas y el humo, y la oposición se fotografía con ropa de domingo y una manguera en cualquier rincón, previo aviso a los medios de comunicación. Zapatero visita las zonas quemadas con chaqueta y zapatos impecables y se nos dice que los efectivos superan cualquier otro despliegue realizado no sólo en Europa, sino también en América, como el incendio de California. Pero en California, el pasado 14 de julio se habían desplegado dos mil bomberos, y aquí la gente se introduce en las salas de nuestras casas protestando porque no hay ni agua porque cortan la electricidad. “Vai tomar unha mariscada”, le dice un vecino al conductor de una motobomba cuando aparece por allí después de apagar el incendio, y la radio nos lo repite hasta la saciedad. Quizá haya efectivos, pero la batalla de la comunicación la pierde la Administración, y Touriño posiblemente se lamente de aquellas palabras del uno de agosto recordando que Galicia tiene medios suficientes “e cuantiosísimos recursos” en política de extinción, como reflejó la prensa.
Es inútil justificar el desastre en la dejadez de unos u otros, al tiempo que se aprovechan las cámaras para la foto y la propaganda. Los ciudadanos, que no son tontos, son perfectamente conscientes del lamentable espectáculo que ofrecen los políticos, unos justificándose (como hacen todos, por cierto) en los desaciertos de los demás; otros, con la maquinaria del “no” por sistema, que aburre hasta la saciedad.
Mientras, los teóricos expertos en imagen caen en la obviedad más demagógica de sus jefes aprovechando la cámara y el breve instante de sudor. (Cuando se plantee a los estudiantes de Comunicación el caso “Galicia en llamas”, como se hace con el “Prestige”, no olviden recoger este detalle).
Ante el estupor de unos y la maquinaria propagandística de una oposición que sabe labrar como nadie su propio desastre, se achaca a los demás la culpa de todo. La ministra acusa sin pruebas, los representantes de los diversos sectores plantean sus causas (que si el interés urbanístico, el forestal, la despoblación de las áreas rurales y el abandono del sector agroforestal, la dejadez de las administraciones, la mal llevada organización de las brigadas y las exigencias solicitadas para los nuevos brigadistas...). Al final, todo ello tendrá su parte de razón. Pero de lo que no cabe la menor duda es que los incendios han sido provocados y provienen de grupos organizados, algo que no es tan fácil de conseguir de un día para otro y de armonizar con todos esos supuestos intereses teóricamente deshilvanados.
Mientras Galicia se quemaba, Maragall hablaba con la impropiedad que le caracteriza. A propósito del Estatut, su “nueva Constitución” catalana. Según él, y recojo de los medios catalanes, el Estado queda prácticamente residual en Cataluña y, a partir de ahora podrán hacer lo que quieran. El Estatut habrá que desarrollarlo con leyes propias, pocas, “para no perderse en una selva de letras”. Afirma que Catalunya no es Estado, aunque, sin serlo, es la región que se parece más a un Estado en Europa.
Acompañan a las declaraciones de Maragall las de algunos comentaristas de radio que se asombran de que haya dicho que no es un Estado y que ellos se “siempre habían creído que lo era”. Hace un tiempo me hablaron de la posibilidad de editar un texto, dirigido a los periodistas, con nociones jurídicas elementales. Sigo pensando que es una magnífica idea: un volumen que recoja, por ejemplo, qué significa que el Estatut sea una ley orgánica, fuente del derecho autonómico catalán, que debe interpretarse a la luz de la Constitución, con la que, y junto a otras normas delimitadoras de competencias, forman el bloque de constitucionalidad, y que existen materias reservadas expresamente al Estado a través del artículo 149.
Pero, en el Atlántico, Galicia arde, y algo de todos nosotros se está quemando.
La Castellana está en la carretera nacional N-6, entre Betanzos y Guitiriz. El fuego era el tema que regaba las comidas en familia y el café postrero. “Quitar as brigadas non foi unha boa idea. Así sempre haberá lume, porque para moitos é unha fonte de ingresos moi importante. ¿Ves aquelas torres de telefonía? Cinconta mil pesetas ao mes de renda”.
En estos días reina Televisión Española, con los directos y falsos directos de “España en directo”, un programa veraniego que nos descubre una Galicia ennegrecida y asolada. Cuando el monte se quema, algo de todos se quema, decía aquel viejo lema publicitario, pero la parrilla televisiva nos inunda de telenovelas y programas que bordean los derechos constitucionales más ligados con la esencia de la personalidad. Parece que no a todos les importa que algo nuestro se queme.
Al pie de la calle, en los hogares del rural o en los cafés de quienes trabajan en agosto, sólo se habla de fuego y de las discusiones de nuestros representantes políticos que, una vez más, les alejan del paisano que vive en y con el monte, del ciudadano de que se enfrenta al fuego con ramas y palas. “E xa verás como chova moito”. La Administración autonómica intenta convencerles de que, en esta ocasión y a diferencia de otras, la lucha se hace con la verdad y la transparencia, y el presidente de la Xunta asegura al mismo tiempo que la situación no está desbordada. Sin embargo, un programa de la televisión pública retransmite cada tarde y en directo cómo los vecinos atemorizados, indefensos, impotentes y angustiados luchan contra el fuego en una contienda desigual e indignante. “Salvamos Morono con cubos de agua”, leemos en la prensa, y los miembros del Grupo de Intervención Rápida de Boqueixón dicen que se sienten "impotentes e enfadados”.
Los periódicos amanecen con fotografías donde se ven cadenas humanas y cubos de agua de mano en mano luchando contra las llamas y el humo, y la oposición se fotografía con ropa de domingo y una manguera en cualquier rincón, previo aviso a los medios de comunicación. Zapatero visita las zonas quemadas con chaqueta y zapatos impecables y se nos dice que los efectivos superan cualquier otro despliegue realizado no sólo en Europa, sino también en América, como el incendio de California. Pero en California, el pasado 14 de julio se habían desplegado dos mil bomberos, y aquí la gente se introduce en las salas de nuestras casas protestando porque no hay ni agua porque cortan la electricidad. “Vai tomar unha mariscada”, le dice un vecino al conductor de una motobomba cuando aparece por allí después de apagar el incendio, y la radio nos lo repite hasta la saciedad. Quizá haya efectivos, pero la batalla de la comunicación la pierde la Administración, y Touriño posiblemente se lamente de aquellas palabras del uno de agosto recordando que Galicia tiene medios suficientes “e cuantiosísimos recursos” en política de extinción, como reflejó la prensa.
Es inútil justificar el desastre en la dejadez de unos u otros, al tiempo que se aprovechan las cámaras para la foto y la propaganda. Los ciudadanos, que no son tontos, son perfectamente conscientes del lamentable espectáculo que ofrecen los políticos, unos justificándose (como hacen todos, por cierto) en los desaciertos de los demás; otros, con la maquinaria del “no” por sistema, que aburre hasta la saciedad.
Mientras, los teóricos expertos en imagen caen en la obviedad más demagógica de sus jefes aprovechando la cámara y el breve instante de sudor. (Cuando se plantee a los estudiantes de Comunicación el caso “Galicia en llamas”, como se hace con el “Prestige”, no olviden recoger este detalle).
Ante el estupor de unos y la maquinaria propagandística de una oposición que sabe labrar como nadie su propio desastre, se achaca a los demás la culpa de todo. La ministra acusa sin pruebas, los representantes de los diversos sectores plantean sus causas (que si el interés urbanístico, el forestal, la despoblación de las áreas rurales y el abandono del sector agroforestal, la dejadez de las administraciones, la mal llevada organización de las brigadas y las exigencias solicitadas para los nuevos brigadistas...). Al final, todo ello tendrá su parte de razón. Pero de lo que no cabe la menor duda es que los incendios han sido provocados y provienen de grupos organizados, algo que no es tan fácil de conseguir de un día para otro y de armonizar con todos esos supuestos intereses teóricamente deshilvanados.
Mientras Galicia se quemaba, Maragall hablaba con la impropiedad que le caracteriza. A propósito del Estatut, su “nueva Constitución” catalana. Según él, y recojo de los medios catalanes, el Estado queda prácticamente residual en Cataluña y, a partir de ahora podrán hacer lo que quieran. El Estatut habrá que desarrollarlo con leyes propias, pocas, “para no perderse en una selva de letras”. Afirma que Catalunya no es Estado, aunque, sin serlo, es la región que se parece más a un Estado en Europa.
Acompañan a las declaraciones de Maragall las de algunos comentaristas de radio que se asombran de que haya dicho que no es un Estado y que ellos se “siempre habían creído que lo era”. Hace un tiempo me hablaron de la posibilidad de editar un texto, dirigido a los periodistas, con nociones jurídicas elementales. Sigo pensando que es una magnífica idea: un volumen que recoja, por ejemplo, qué significa que el Estatut sea una ley orgánica, fuente del derecho autonómico catalán, que debe interpretarse a la luz de la Constitución, con la que, y junto a otras normas delimitadoras de competencias, forman el bloque de constitucionalidad, y que existen materias reservadas expresamente al Estado a través del artículo 149.
Pero, en el Atlántico, Galicia arde, y algo de todos nosotros se está quemando.
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