“La vida es un pañuelo”. Así definía la hija de Carlos Sobrino los innumerables cruces de caminos que jalonan nuestras vidas. Un pintor como su padre diría que la vida está hecha con los mismos colores que se entremezclan en la paleta de cada persona. Un matemático, en cambio, que la vida, al fin y al cabo, no es más que el producto de las combinaciones de “ene” elementos tomados de veintisiete en veintisiete, el mismo número de letras con el que trabaja un orfebre de las palabras, quien describiría la vida como un flujo de ideas articuladas por el lenguaje.
Francisco Lloréns era compañero de su padre, pero para mí era el nombre de una calle como muchas otras que recuerdan en A Coruña que hace cien años un grupo de amantes de la cultura trabajaban por fundir en el mismo cuadro letras, números y colores. Y Sobrino, en ese instante, era un cuadro que atravesaba con óleo la diagonal del lienzo en una sabia combinación de árboles y río, como muchos de los rincones que pueblan Galicia.
Periodismo y literatura van íntimamente unidos desde que el hombre salió de las estepas africanas y dijo “luz” para referirse al instante en que el horizonte se hacía visible a sus ojos. La misma palabra con que Dios empezó su creación o que Guillén dejó, desnuda y perfecta, en alguno de sus muchos versos.
La Asociación de la Prensa de La Coruña, fundada un año antes que la Academia Galega, acogía también a algunos de los nombres que figurarían entre los miembros de la institución académica. Quizá el mejor calificativo de aquella época, finales del siglo XIX y comienzos del XX, es el de una “inquietud ilustrada”, en la que confluían el rexurdimento galego, el galleguismo de Murguía y Lugrís y el regionalismo de Brañas.
La primera década de 1900 era un hervidero, un nuevo Miño al que habían volcado sus aguas afluentes de las cuatro provincias. La Academia nacía en la emigración, pero daba sus primeros frutos en A Coruña. La Pardo Bazán con su Sociedad del Folklore, Curros y Fontenla con la Asociación Protectora y la savia nutriente de la Asociación de la Prensa servirían para sostener de la mano los primeros pasos de la Academia. Sin embargo, habría que esperar muchos años, hasta finalizar el siglo XX, para que un periodista de raza y vocación, Roberto Blanco, fuera el protagonista indiscutible del Día das Letras Galegas, fruto de la actividad de la Academia.
Junto a la prensa nacionalista que prolifera en Galicia desde 1800, la prensa generalista y local sirve de tribuna a las firmas cualificadas de los miembros de la Academia en cualquiera de sus secciones, y de principal ocupación de algunos de ellos. Eladio Rodríguez, Antón Villar Ponte, Alejandro Barreiro, Wenceslao Fernández Flórez, Andrés Martínez Salazar, Manuel Lugrís, Galo Salinas, Eugenio Carré, Pan de Soraluce, Puga y Parga…
Este año festejamos el centenario de la Academia, pero también disfrutaremos de la nueva savia que brota en el árbol centenario de la Asociación de la Prensa. Felicidades a ambas instituciones.
Francisco Lloréns era compañero de su padre, pero para mí era el nombre de una calle como muchas otras que recuerdan en A Coruña que hace cien años un grupo de amantes de la cultura trabajaban por fundir en el mismo cuadro letras, números y colores. Y Sobrino, en ese instante, era un cuadro que atravesaba con óleo la diagonal del lienzo en una sabia combinación de árboles y río, como muchos de los rincones que pueblan Galicia.
Periodismo y literatura van íntimamente unidos desde que el hombre salió de las estepas africanas y dijo “luz” para referirse al instante en que el horizonte se hacía visible a sus ojos. La misma palabra con que Dios empezó su creación o que Guillén dejó, desnuda y perfecta, en alguno de sus muchos versos.
La Asociación de la Prensa de La Coruña, fundada un año antes que la Academia Galega, acogía también a algunos de los nombres que figurarían entre los miembros de la institución académica. Quizá el mejor calificativo de aquella época, finales del siglo XIX y comienzos del XX, es el de una “inquietud ilustrada”, en la que confluían el rexurdimento galego, el galleguismo de Murguía y Lugrís y el regionalismo de Brañas.
La primera década de 1900 era un hervidero, un nuevo Miño al que habían volcado sus aguas afluentes de las cuatro provincias. La Academia nacía en la emigración, pero daba sus primeros frutos en A Coruña. La Pardo Bazán con su Sociedad del Folklore, Curros y Fontenla con la Asociación Protectora y la savia nutriente de la Asociación de la Prensa servirían para sostener de la mano los primeros pasos de la Academia. Sin embargo, habría que esperar muchos años, hasta finalizar el siglo XX, para que un periodista de raza y vocación, Roberto Blanco, fuera el protagonista indiscutible del Día das Letras Galegas, fruto de la actividad de la Academia.
Junto a la prensa nacionalista que prolifera en Galicia desde 1800, la prensa generalista y local sirve de tribuna a las firmas cualificadas de los miembros de la Academia en cualquiera de sus secciones, y de principal ocupación de algunos de ellos. Eladio Rodríguez, Antón Villar Ponte, Alejandro Barreiro, Wenceslao Fernández Flórez, Andrés Martínez Salazar, Manuel Lugrís, Galo Salinas, Eugenio Carré, Pan de Soraluce, Puga y Parga…
Este año festejamos el centenario de la Academia, pero también disfrutaremos de la nueva savia que brota en el árbol centenario de la Asociación de la Prensa. Felicidades a ambas instituciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario