El dicho bíblico recomienda que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están poblados de magníficas páginas que recogen la sabiduría de los pueblos a lo largo de muchos cientos de años. Sé de autores que se remontan a esos clásicos para ilustrar las tesis más diversas, desde las virtudes y defectos del ser humano hasta cómo dirigir una organización y los variados perfiles de sus directivos.
En materia de información, empeñarse en poblar las páginas de los periódicos contando las innumerables cosas que hacen las organizaciones a favor de terceros muy necesitados parece un empeño, cuando menos, de dudosa eficacia. Evidentemente, una organización, como cualquier persona física, tiene el derecho (y el deber) de información. Pero en esto, como en algunas otras cosas, las costumbres de las empresas norteamericanas de plantearte, al mismo tiempo que el contrato de trabajo, la firma de los manuales consiguientes de ética y valores propios todavía no se ha implantado en España. Manuales que deben recoger el “estilo” de la casa al relacionarse con terceros y que pueden incluir la “forma” de manifestarse cada organización con sus públicos.
La muy noble virtud de la ayuda desinteresada se reviste de tintes no tan desinteresados a los ojos del prójimo. Como siempre, la óptica del oferente (quiero que se sepa lo que hago) no necesariamente coincide con la óptica del demandante (qué interés tiene por contar lo que por definición es desinteresado).
Para estos casos, me parece más lógica la utilización de las técnicas de Relaciones Públicas o de Publicidad para transmitir la imagen de marca que se desee. En otras palabras, que una organización diga que aporta equis euros para ayudar a un colectivo desfavorecido y lo haga con focos, alcachofas y flashes, me parece de dudoso resultado ante una opinión pública que empieza a pensar que son generales las particulares denuncias de los periodistas David Jiménez y Ramón Lobo sobre la falta de escrúpulos con que algunos se están escudando tras las organizaciones no gubernamentales para esconder toda la miseria de las más ruines conductas humanas.
Me parece mucho más lógico que las bondades de tu mano derecha se revelen en tu propio gesto, en tu apariencia, utilizando como canales los propios de cada organización. Es decir, es lícito que diga que lo he hecho en mis propios escritos, pero de dudosa eficacia si lo hago bajo luz y taquígrafos.
Algo tan simple como utilizar la papelería de la empresa para introducir mensajes de marketing social (incluso las propias cartas de la organización) me parece un medio más idóneo para alcanzar la imagen deseada. Sin embargo, no son estas las técnicas que predominan en las organizaciones españolas, aún excesivamente volcadas en los medios de comunicación escritos. Aquí hay que apostar por la innovación. Curiosamente, algunas de las empresas mejor valoradas en el terreno social no son organizaciones que se caractericen por su intensiva presencia en los medios. Por algo será.
En materia de información, empeñarse en poblar las páginas de los periódicos contando las innumerables cosas que hacen las organizaciones a favor de terceros muy necesitados parece un empeño, cuando menos, de dudosa eficacia. Evidentemente, una organización, como cualquier persona física, tiene el derecho (y el deber) de información. Pero en esto, como en algunas otras cosas, las costumbres de las empresas norteamericanas de plantearte, al mismo tiempo que el contrato de trabajo, la firma de los manuales consiguientes de ética y valores propios todavía no se ha implantado en España. Manuales que deben recoger el “estilo” de la casa al relacionarse con terceros y que pueden incluir la “forma” de manifestarse cada organización con sus públicos.
La muy noble virtud de la ayuda desinteresada se reviste de tintes no tan desinteresados a los ojos del prójimo. Como siempre, la óptica del oferente (quiero que se sepa lo que hago) no necesariamente coincide con la óptica del demandante (qué interés tiene por contar lo que por definición es desinteresado).
Para estos casos, me parece más lógica la utilización de las técnicas de Relaciones Públicas o de Publicidad para transmitir la imagen de marca que se desee. En otras palabras, que una organización diga que aporta equis euros para ayudar a un colectivo desfavorecido y lo haga con focos, alcachofas y flashes, me parece de dudoso resultado ante una opinión pública que empieza a pensar que son generales las particulares denuncias de los periodistas David Jiménez y Ramón Lobo sobre la falta de escrúpulos con que algunos se están escudando tras las organizaciones no gubernamentales para esconder toda la miseria de las más ruines conductas humanas.
Me parece mucho más lógico que las bondades de tu mano derecha se revelen en tu propio gesto, en tu apariencia, utilizando como canales los propios de cada organización. Es decir, es lícito que diga que lo he hecho en mis propios escritos, pero de dudosa eficacia si lo hago bajo luz y taquígrafos.
Algo tan simple como utilizar la papelería de la empresa para introducir mensajes de marketing social (incluso las propias cartas de la organización) me parece un medio más idóneo para alcanzar la imagen deseada. Sin embargo, no son estas las técnicas que predominan en las organizaciones españolas, aún excesivamente volcadas en los medios de comunicación escritos. Aquí hay que apostar por la innovación. Curiosamente, algunas de las empresas mejor valoradas en el terreno social no son organizaciones que se caractericen por su intensiva presencia en los medios. Por algo será.
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