Una vez más me acerco a Vigo, una ciudad agreste para el transeúnte. Es como un balcón al mar, de bellas vistas, pero de difícil acceso. Apasionado como soy al paseo lento y solícito de terrazas y fachadas, me recreo de nuevo en su arquitectura racional y en el área que abarca desde Gran Vía al Puerto, con Pi i Margall y Urzáiz, aproximadamente, como principales lindes. En el centro, el Castro, una fortaleza natural y casi inexpugnable. Desde sus atalayas se observa un Vigo industrial y marítimo, pujante y laborioso. Aquí se concentra la mayor oferta laboral de Galicia, pero también es la nueva personificación de los reinos de Taifás, con sus innumerables contradicciones y peleas internas. A Vigo le falta un dirigente que aglutine voluntades para convertirse en la Barcelona del Atlántico. Y puestos a pedir, si fuera algo más llana, mejor, aunque sólo fuera por consideración a quienes preferimos la velocidad del pie a la del tranvía. Aunque en este caso posiblemente no fuera necesario un laberinto urbanístico como el de la ciudad olívica, con un campus universitario que me asustó la primera vez que lo visité, por mal comunicado y distante de la ciudad. Lo siento, pero he disfrutado siempre del campus pegado a la ciudad, con metro, autobuses y bellos paseos primaverales. Digamos que hablo de Barcelona o de Madrid, por no citar a Salamanca o Santiago con sus facultades en pleno corazón artístico y monumental. Al pretexto del espacio siempre le objeto el pretexto de la especulación y el precio del suelo, porque hace años en muchas de nuestras ciudades lo que sobraba era suelo y lo que faltaba era planificación. La vida urbana es más intensa cuando los estudiantes forman parte de su paisaje cotidiano. Santiago no sería lo que es sin su tuna y su Alameda. Lo mismo pasó con el campus de Riazor: ya no es lo mismo para quienes conocimos el antes y el después de su emigración a Elviña, que también carece de una comunicación ágil y racional. Pero Vigo apostó por una ciudad universitaria en toda la extensión de la palabra, aunque con débil equipamiento estudiantil hasta el momento. Sigo Gran Vía arriba, hacia Plaza de España, y comienzo a sentir las cuestas en mis piernas.
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