Boquiabierto me he quedado ante el artículo de Armas Marcelo en ABC que tenía pendiente sobre la mesa de mi escritorio, en el que critica apasionadamente a la directora de cine Anette Olesen por haber antepuesto el respeto a la libertad de expresión. El motivo, por supuesto, no era otro que las caricaturas de Mahoma. Y para ello, el escritor canario hace uso de Popper y Freud (por cierto, a este último, cuyo nombre ha utilizado en el título, sólo lo menciona en la última línea del artículo).
Confieso que empieza a aburrirme el tema. Sobre todo, porque no acabo de entender ese fanatismo ideológico con que unos y otros se atrincheran defendiendo los valores más sagrados de sus respectivas culturas, incapaces de elevarse un palmo del suelo y, al modo budista y antes de abrir la boca, rezar algo similar a “debo respetar la cultura del prójimo”. Porque ese es el auténtico germen de la libertad: el respeto. Nadie tiene por qué comulgar con nuestras ideas ni nos podemos sentir paladines de nadie. No se les falta a los musulmanes más moderados, señor Armas Marcelo, por afianzarnos inalterablemente en nuestra “verdad” conquistada a la historia. No haga que le recuerde cuántas verdades históricas pueblan la ignominia humana.
Normalmente, detrás de las ideas siempre se encuentran los intereses. La Historia, la gran maestra del hombre, nos lo recuerda a cada instante. Incluso los católicos hemos sufrido una Inquisición ignominiosa; no digamos ya las polémicas permanentes que se originaron (y todavía subsisten) con la conquista colonial de las Indias por Cristóbal Colón y los “justos títulos” esgrimidos por unos y otros.
Sólo hace falta leer con detenimiento sus propias palabras, aquellas que utiliza para argumentar sus razonamientos: “…defienden el sentido obligatorio del respeto a las religiones por encima de la libertad de expresión”. Evidentemente, caballero, porque el respeto, sea a lo que sea, es una premisa del ser social, del hombre que vive en sociedad. Si no hay respeto a la persona, a la vida, a las ideas del prójimo, a su carácter y personalidad, a su cultura…, no puede haber, amigo mío, libertad de expresión. Es imposible. Aunque intente adjudicar argumentos serios y respetables a posiciones doctrinarias cuestionables, como ha hecho con una frase como “me gustaría preguntar si los dibujos publicados en la prensa alemana en los que se ridiculizaba a los judíos también formaban parte de ese concepto (libertad de expresión)”. Ese tipo de técnicas ya han sido analizadas previamente por lingüistas de prestigio. Le recomiendo la atenta lectura del libro de Malmberg “El poder de la palabra”.
No, señor Marcelo. La sociedad abierta de Popper es una sociedad donde se pone en tela de juicio el concepto de verdad eterna e inalterable. La verdad para Popper, aunque suene duro, es una “verdad útil”. Puesto a recomendarle, y con toda la modestia, también le aconsejo volver a leer la obra de este filósofo.
Confieso que empieza a aburrirme el tema. Sobre todo, porque no acabo de entender ese fanatismo ideológico con que unos y otros se atrincheran defendiendo los valores más sagrados de sus respectivas culturas, incapaces de elevarse un palmo del suelo y, al modo budista y antes de abrir la boca, rezar algo similar a “debo respetar la cultura del prójimo”. Porque ese es el auténtico germen de la libertad: el respeto. Nadie tiene por qué comulgar con nuestras ideas ni nos podemos sentir paladines de nadie. No se les falta a los musulmanes más moderados, señor Armas Marcelo, por afianzarnos inalterablemente en nuestra “verdad” conquistada a la historia. No haga que le recuerde cuántas verdades históricas pueblan la ignominia humana.
Normalmente, detrás de las ideas siempre se encuentran los intereses. La Historia, la gran maestra del hombre, nos lo recuerda a cada instante. Incluso los católicos hemos sufrido una Inquisición ignominiosa; no digamos ya las polémicas permanentes que se originaron (y todavía subsisten) con la conquista colonial de las Indias por Cristóbal Colón y los “justos títulos” esgrimidos por unos y otros.
Sólo hace falta leer con detenimiento sus propias palabras, aquellas que utiliza para argumentar sus razonamientos: “…defienden el sentido obligatorio del respeto a las religiones por encima de la libertad de expresión”. Evidentemente, caballero, porque el respeto, sea a lo que sea, es una premisa del ser social, del hombre que vive en sociedad. Si no hay respeto a la persona, a la vida, a las ideas del prójimo, a su carácter y personalidad, a su cultura…, no puede haber, amigo mío, libertad de expresión. Es imposible. Aunque intente adjudicar argumentos serios y respetables a posiciones doctrinarias cuestionables, como ha hecho con una frase como “me gustaría preguntar si los dibujos publicados en la prensa alemana en los que se ridiculizaba a los judíos también formaban parte de ese concepto (libertad de expresión)”. Ese tipo de técnicas ya han sido analizadas previamente por lingüistas de prestigio. Le recomiendo la atenta lectura del libro de Malmberg “El poder de la palabra”.
No, señor Marcelo. La sociedad abierta de Popper es una sociedad donde se pone en tela de juicio el concepto de verdad eterna e inalterable. La verdad para Popper, aunque suene duro, es una “verdad útil”. Puesto a recomendarle, y con toda la modestia, también le aconsejo volver a leer la obra de este filósofo.
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