No haré caso a Whitman y escribiré poemas que se refieran a las partes y no al todo, aunque la ortodoxia del género me diga que no es lo correcto. En estos momentos, ante el folio en blanco, debo cumplir con la obligación contraída de los dos artículos semanales aunque no pueda pensar en otra cosa que no sea el futuro como parte del pasado. “El futuro al fin tiene cara”, escribía Octavio Paz. El futuro, en la cuarta planta del hospital Novoa Santos de Ferrol, tiene la cara de la esperanza resignada a su mala suerte. Llevo un mes entrando y saliendo de ese edificio con aire de pazo gallego, donde aún se oyen los pájaros y huele a verde de pinos y lluvia.
La cuarta planta es un taller donde se escribe el último párrafo de la historia personal de sus habitantes. “Es una planta especial”, te dicen cuando atraviesas la puerta por primera vez pensando en la nefasta rutina de la Seguridad Social. El tiempo hará que todos los defectos que has criticado a un régimen de sanidad pública gestionado con criterios funcionariales, se ven paliados con un centro como éste, donde todavía el hombre es un ser humano.
Decía que la cuarta planta es donde, si quieres, recuerdas, y si quieres, olvidas, como versificaba la poetisa Christina Rosetti. Allí sus inquilinos escogen, con la paciencia de quien se sabe ajeno al tiempo, sus últimas palabras y las hilvanan como pueden y saben antes de que nosotros, censores del lenguaje, les pongamos el punto y final.
Yo sé que me recordaste en estos últimos días porque te delataron tus pocas palabras. No he podido retenerte, ni hubiera sabido. Dicen que el dolor es lo único que llena el vacío del amigo ausente. Para mí, pequeño admirador de Unamuno, lo que llena ese vacío es el recuerdo, el único vencedor de la muerte.
No llegué a saber qué me querías, aunque lo imagino. Fueron muchos años juntos, creciendo hombro con hombro, y me otorgo el derecho a saberlo, y más cuando sé que llevabas diez años luchando sólo para ver crecer a tu hija. No creo que importe otra cosa llegado el momento. No te preocupes; sabré hacerlo.
La cuarta planta es un taller donde se escribe el último párrafo de la historia personal de sus habitantes. “Es una planta especial”, te dicen cuando atraviesas la puerta por primera vez pensando en la nefasta rutina de la Seguridad Social. El tiempo hará que todos los defectos que has criticado a un régimen de sanidad pública gestionado con criterios funcionariales, se ven paliados con un centro como éste, donde todavía el hombre es un ser humano.
Decía que la cuarta planta es donde, si quieres, recuerdas, y si quieres, olvidas, como versificaba la poetisa Christina Rosetti. Allí sus inquilinos escogen, con la paciencia de quien se sabe ajeno al tiempo, sus últimas palabras y las hilvanan como pueden y saben antes de que nosotros, censores del lenguaje, les pongamos el punto y final.
Yo sé que me recordaste en estos últimos días porque te delataron tus pocas palabras. No he podido retenerte, ni hubiera sabido. Dicen que el dolor es lo único que llena el vacío del amigo ausente. Para mí, pequeño admirador de Unamuno, lo que llena ese vacío es el recuerdo, el único vencedor de la muerte.
No llegué a saber qué me querías, aunque lo imagino. Fueron muchos años juntos, creciendo hombro con hombro, y me otorgo el derecho a saberlo, y más cuando sé que llevabas diez años luchando sólo para ver crecer a tu hija. No creo que importe otra cosa llegado el momento. No te preocupes; sabré hacerlo.
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