Xavier Salas, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra y creador de la Fundación Umbele, propuso hace ya cerca de un año una forma de devolver la esperanza a los países africanos: que nuestras empresas adopten aldeas y ciudades. Si un ciudadano corriente y moliente puede adoptar a un desahuciado por la fortuna, decía Xavier, ¿por qué no puede una empresa hacer lo mismo con una aldea africana?
Es la nueva acción social solidaria con el tercer mundo. La idea de Xavier, economista de reconocida valía, no es desaprovechable, todo lo contrario. La intención es buena, sin duda, pero una idea como ésta contiene siempre una disyuntiva implícita con connotaciones éticas en las que cualquier alternativa es de difícil justificación porque siempre hay alguna otra tan válida como la elegida.
En ese sentido, el planteamiento de Xavier se me antoja parcial, o quizá sería mejor decir incompleto y con tintes demagógicos. Permítanme que ejemplifique para que entiendan a lo que me refiero, aún sabiendo que son silogismos que hay que examinar aislados de su contexto.
El mismo argumento podría utilizarse para muchos otros temas y países, aunque no estén precisamente en África. Seguramente más de uno dirá que la auténtica responsabilidad social de una empresa es la de crear empleo, y tendría razón, aunque nuestras necesidades no tengan absolutamente ningún parangón con las de aquellos para los que incluso un pedazo de pan es un lujo inalcanzable. El círculo argumental en el que podríamos incurrir sería vicioso: si hay más empleo, podría haber más ciudadanos que adoptaran niños africanos. Y así permaneceríamos en un constante ir y venir de argumentos que, aisladamente considerados, tendrían su parte de razón.
Para quienes tenemos hijos, su futuro es lo más importante. Si el 0,7% de los beneficios de las empresas españolas se destinara a crear un fondo para dar empleo a nuestros jóvenes, ¿cuántos podrían colocarse cada año? Estoy hablando de adoptar jóvenes, o desempleados de larga duración, o integrantes de familias sin un sueldo en casa, o…
¿Y por qué no otro 0,7% para esos países en desarrollo? Estamos hablando de 3,4 euros por cada 100 ganados, es decir, aún quedan 96,6 euros de libre disposición. Estamos hablando también de nuevos cotizantes a la Seguridad Social, que alimentarían nuevas familias, generarían más consumo para las empresas y más riqueza (Como si se tratase de una bolsa de empleo existente fuera de las empresas, una moderna oficina activa de empleo, donde se cubrirían las necesidades empresariales de mano de obra y los empleados se verían retribuidos con esos fondos aportados por todos).
Si la empresa X gana 100, debe destinar 0,7 a crear empleo y otros 0,7 a ayudas al tercer mundo. En definitiva, adoptaríamos jóvenes sin empleo, les daríamos un sueldo por realizar un trabajo, y no como hemos acostumbrado a nuestros desempleados, a darles un sueldo por estar en casa.
Pero por qué no hacer lo mismo con nuestros mayores, con los inmigrantes, los minusválidos, el patrimonio arqueológico, los tesoros culturales, la edición de libros…
Es la nueva acción social solidaria con el tercer mundo. La idea de Xavier, economista de reconocida valía, no es desaprovechable, todo lo contrario. La intención es buena, sin duda, pero una idea como ésta contiene siempre una disyuntiva implícita con connotaciones éticas en las que cualquier alternativa es de difícil justificación porque siempre hay alguna otra tan válida como la elegida.
En ese sentido, el planteamiento de Xavier se me antoja parcial, o quizá sería mejor decir incompleto y con tintes demagógicos. Permítanme que ejemplifique para que entiendan a lo que me refiero, aún sabiendo que son silogismos que hay que examinar aislados de su contexto.
El mismo argumento podría utilizarse para muchos otros temas y países, aunque no estén precisamente en África. Seguramente más de uno dirá que la auténtica responsabilidad social de una empresa es la de crear empleo, y tendría razón, aunque nuestras necesidades no tengan absolutamente ningún parangón con las de aquellos para los que incluso un pedazo de pan es un lujo inalcanzable. El círculo argumental en el que podríamos incurrir sería vicioso: si hay más empleo, podría haber más ciudadanos que adoptaran niños africanos. Y así permaneceríamos en un constante ir y venir de argumentos que, aisladamente considerados, tendrían su parte de razón.
Para quienes tenemos hijos, su futuro es lo más importante. Si el 0,7% de los beneficios de las empresas españolas se destinara a crear un fondo para dar empleo a nuestros jóvenes, ¿cuántos podrían colocarse cada año? Estoy hablando de adoptar jóvenes, o desempleados de larga duración, o integrantes de familias sin un sueldo en casa, o…
¿Y por qué no otro 0,7% para esos países en desarrollo? Estamos hablando de 3,4 euros por cada 100 ganados, es decir, aún quedan 96,6 euros de libre disposición. Estamos hablando también de nuevos cotizantes a la Seguridad Social, que alimentarían nuevas familias, generarían más consumo para las empresas y más riqueza (Como si se tratase de una bolsa de empleo existente fuera de las empresas, una moderna oficina activa de empleo, donde se cubrirían las necesidades empresariales de mano de obra y los empleados se verían retribuidos con esos fondos aportados por todos).
Si la empresa X gana 100, debe destinar 0,7 a crear empleo y otros 0,7 a ayudas al tercer mundo. En definitiva, adoptaríamos jóvenes sin empleo, les daríamos un sueldo por realizar un trabajo, y no como hemos acostumbrado a nuestros desempleados, a darles un sueldo por estar en casa.
Pero por qué no hacer lo mismo con nuestros mayores, con los inmigrantes, los minusválidos, el patrimonio arqueológico, los tesoros culturales, la edición de libros…
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