Ni siquiera alguien tan absurdo y sórdido como Torrente podría mantener el equilibrio cuando camina sobre las telarañas tendidas en la carpa de este circo que es la vida. La condena a David Irving, que no goza en absoluto de mis simpatías pero sí de mi respeto, que es un prius social que otorgo a todo el mundo como hacían los emperadores romanos con el circo para el pueblo, me parece no excesiva, porque las condenas nunca son excesivas sino ajustadas a derecho, pero sí tan condenable como cualquier otro abuso de un Estado que, se supone, ha de velar por los derechos fundamentales, simplemente por haber opinado en su calidad de historiador. Un historiador de insuficiente alto, vamos que aprobado por los pelos, pero como tal ejerce. Su negación del Holocausto ha sido sin duda un exabrupto reprensible, pero argumentado. Cuando la razón habla, aunque su lógica gramatical no responda a los esquemas aristotélicos, lo que se debe hacer es contrarrestarla con argumentos bien construidos, pero jamás con la fuerza, aunque proceda de los órganos legítimamente constituidos por el Estado de Derecho. La sanción social es, a mayores, más que suficiente para quien ha de ejercer sin pupilos ni lectores.
Largas una imbecilidad manifiesta, como un escupitajo por la calle, y viene el poli de turno a recordarte que la falta de pulcritud está penada con sanción administrativa. Eso es éticamente correcto. Pero a Irving se le ha castigado con cárcel, que no es lo mismo ni por aproximación, porque ha cometido el error de argumentar “ofensivamente” (¿a qué me suena esta doble vara de medir?).
Hay gente que va escupiendo por la calle, y que merece una sanción en toda regla, que le digan a la cara que es un cerdo, un marrano con todas las letras y alargando la erre, pero incluso en ese momento merece respeto y buenas maneras, porque si no, podrías tú ser más cochino que él. Es algo así como la aplomada arrogancia del sir británico, siempre cortés en su papel de faraón amortajado.
Lo que deberían hacerle a Irving es obligarle a volver al colegio, pero empezando la Historia por la contraportada, por el último capítulo, que siempre nos hemos quedado con las ganas de estudiar cómo fue el siglo XX a costa de empollarnos los reyes godos. Qué pesadez, que aún hoy día siguen empezando con la creación bíblica y sus semejanzas con las génesis de otras culturas: el primer palo del primer hombre del primer pueblo que habitó el primer continente cuando aún los continentes ni tenían fronteras continentales. Y nunca conseguimos llegar al paripé del presidente de turno. Ya va siendo hora de que alguien empiece la enseñanza desde la última hoja, cada vez menos frecuente por cierto, aquella que dice que “este libro se acabó de imprimir en tal sitio en tal fecha”. Así, al menos, todas las historias empezarán en nuestros días, y de esta manera, cuando lleguemos al Neolítico, no nos importará mucho que sea el punto y final, que los primeros rayos del verano salpiquen nuestros pupitres y la vista se pierda en otros horizontes…
Largas una imbecilidad manifiesta, como un escupitajo por la calle, y viene el poli de turno a recordarte que la falta de pulcritud está penada con sanción administrativa. Eso es éticamente correcto. Pero a Irving se le ha castigado con cárcel, que no es lo mismo ni por aproximación, porque ha cometido el error de argumentar “ofensivamente” (¿a qué me suena esta doble vara de medir?).
Hay gente que va escupiendo por la calle, y que merece una sanción en toda regla, que le digan a la cara que es un cerdo, un marrano con todas las letras y alargando la erre, pero incluso en ese momento merece respeto y buenas maneras, porque si no, podrías tú ser más cochino que él. Es algo así como la aplomada arrogancia del sir británico, siempre cortés en su papel de faraón amortajado.
Lo que deberían hacerle a Irving es obligarle a volver al colegio, pero empezando la Historia por la contraportada, por el último capítulo, que siempre nos hemos quedado con las ganas de estudiar cómo fue el siglo XX a costa de empollarnos los reyes godos. Qué pesadez, que aún hoy día siguen empezando con la creación bíblica y sus semejanzas con las génesis de otras culturas: el primer palo del primer hombre del primer pueblo que habitó el primer continente cuando aún los continentes ni tenían fronteras continentales. Y nunca conseguimos llegar al paripé del presidente de turno. Ya va siendo hora de que alguien empiece la enseñanza desde la última hoja, cada vez menos frecuente por cierto, aquella que dice que “este libro se acabó de imprimir en tal sitio en tal fecha”. Así, al menos, todas las historias empezarán en nuestros días, y de esta manera, cuando lleguemos al Neolítico, no nos importará mucho que sea el punto y final, que los primeros rayos del verano salpiquen nuestros pupitres y la vista se pierda en otros horizontes…
1 comentario:
One wonders as to whether justice has ever been truly blind. At any moment of History, it seems to have served the morals of the period.
What are the morals of today?
Who sets them in the mind of the commonest?
For what purpose?
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