John Carlin escribió un magnífico artículo en el diario El País el pasado mes de mayo sobre el futuro de la prensa con la actual crisis económica y tras la aparición de Internet. Nadie sabe qué va a ocurrir, decía John, pero cada vez hay más lectores y eso afianza el futuro de la profesión. Curiosamente una buena parte de sus datos aparecen recogidos también en el número de septiembre de la revista Dinero, que lleva a la portada el tema de “¿hacia dónde va la prensa?”.
Una vez más, no debemos onfundir el periodismo con la información en una época en la que se ha fraguado un nuevo calificativo para la Sociedad de la Información en la que algunos dicen que vivimos. Ese término es el de “infoxicación”: una gripe informativa de virulencia superior a la gripe A que atraviesa el planeta. No en balde nos recuerda Miguel Ormaetxea, director de Dinero, que “la información personalizada, especializada, las síntesis significativas, las tendencia de fondo, la prospectiva, la inteligencia económica y policía, van a ser pilares diferenciadores en la competencia global”. En definitiva, que haya mucha gente que escriba en nuevos canales universales y sin coste no significa nada para el periodismo del futuro.
Tengo serias dudas respecto a que cada vez haya más lectores. Una mirada a nuestro alrededor no parece confirmar esa optimista visión. Hay una pérdida generalizada de lectores tanto en papel como en Internet, y lo más creíble es que unos y otros sean los mismos. La diferencia de Internet es que se parte de cero. Las cifras, entonces, hay que ponerlas en relación con otros indicadores. El mismo Carlin habla de que en USA se perdieron 13 millones de ejemplares en papel diarios en un periodo de 15 años, y el crecimiento desde cero en Internet no tiene por qué significar –ni mucho menos- que sean los que se han perdido en papel.
El artículo empieza con una cita de una de las obras de Dickens, escrita a mediados del siglo XIX y ambientada en la revolución Francesa. Un periodista que relataba la transformación tecnológica en ciernes, que aventuraba la explosión de las revoluciones industriales por toda Europa. En definitiva, un proceso de transformación tecnológica como todos los que se han producido a lo largo de los siglos. Efectivamente, marcan el inicio de nuevas épocas, pero jamás significaron transformaciones socioeconómicas implantadas en breves periodos de tiempo. Todo lo contrario, en España, por ejemplo, tardaríamos un siglo en ver la transformación que había sufrido la Inglaterra de cien años antes.
Una reconversión necesaria
Lo que sí es muy evidente es de que la industria periodística tiene que vivir una enorme transformación en su modelo de negocio. Con Internet y sin Internet. No es explicable, si no es por la vía de las subvenciones oficiales, la existencia por ejemplo del número de cabeceras actualmente existente en Galicia, un mercado muy limitado donde sólo hay que ver la cifra de ejemplares vendidos de su cabecera más importante (no hablo de audiencias, que eso es otra historia menos creíble por mucho que se empeñen los marquetinianos de la industria y los controladores que quieren mantener su negocio). Es decir, aunque no existiera Internet no es mantenible un sector como el actual sin una profundísimas transformación y concentración.
La fuga de la publicidad ha acelerado el proceso, pero no se engañen. En valores absolutos, las cifras que se manejan en Internet son todavía ridículas. La Comunicación es el primer gasto que acusa una crisis económica. Pregúntenles a quienes trabajan en comunicación empresarial. Muchos de nuestros directivos aún no creen en sus virtudes, y piensan que el gasto en comunicación es un gasto perfectamente suprimible o rebajable dentro de los presupuestos de las empresas. Así que tampoco echemos las campanas al vuelo diciendo que está provocado directamente por Internet. Influye, por supuesto, pero no es la causa principal.
Hubo una época no lejana que preconizaba el futuro de la prensa local; otra, con el furor de los gratuitos; siempre, con los medios en Internet. Pero la realidad es la que es, y mientras no se encuentre un modelo de negocio para la información en Internet, no hay desarrollo posible, porque no existe servicio si no es contra un precio que cubra sus costes y un margen razonable de beneficio.
Curiosamente, los modelos periodísticos que más impacto están teniendo en Internet no son los modelos de los medios tradicionales (en España, El País, ABC, Mundo, etc.), que se limitan en buena manera a trasladar al formato web sus periódicos en papel, sino los conocidos como “confidenciales”, prensa que publica información en muchas ocasiones sin contrastar debidamente y no siempre de muy buena fuente. Son modelos sencillos y ágiles, cuyos ingresos derivan también en buena medida de los patrocinios empresariales símiles a publicidad.
Tres corrientes de opinión
Hoy, existen como tres grandes grupos jugando en la arena del circo de la información: los medios tradicionales, dentro de los que también hay diferencias, pero que en general no creen en la desaparición del modelo papel, aunque sí (en mayor o menor medida) en su transformación. Digamos que son la derecha política, en algunos casos bastante centrista. Por otro lado, los blogueros, en el extremos opuesto, digamos que ocupan la izquierda del espectro., y también con diferentes tintes de radicalidad. Y los que creemos que Internet transformará el mapa mediático, pero ni con la radicalidad que preconizan los blogueros ni con la incredulidad de lo que Carlin llama ‘viejos rockeros’. La historia ha dado siempre buena muestra de ello en ocasiones parecidas. Después de todo, aún seguimos bebiendo (queramos o no) de los griegos tres mil años después.
Personalmente, me gusta poner un ejemplo personal. Yo he trabajado con el primer PC de mi empresa. Era joven y radical en muchos aspectos, y también creía que aquello iba a eliminar las imprentas en breve plazo. Fui pionero en utilizar programas en una empresa no informativa como el PageMaker para maquetar nuestras propias publicaciones. Estoy hablando de hace un cuarto de siglo. Pues todavía, veinticinco años después, hay imprentas y las publicaciones siguen yendo a las máquinas. Y lo seguirán haciendo durante mucho tiempo. Evidentemente ya no hay plomo, como sí he visto en algunos periódicos cuando era estudiante, pero sigue habiendo grandes áreas de impresión para los mismos cometidos. En resumen, los cambios son profundos, pero no tan rápidos como creemos, y las tecnologías conviven durante mucho tiempo. Hoy tenemos móviles, pero también aparatos muy semejantes a los de Graham Bell.
En cualquier caso, hay que solucionar muchos temas. Fundamentalmente en relación a los derechos de propiedad intelectual. Si no hay derechos, no hay información creíble. Lo que sobra hoy en día es información en Internet; lo que falta es información creíble y de calidad. Es lo que se preguntaba el senador John Kerry en 2004. Y eso debe venir de ese nuevo modelo de periodismo basado en las nuevas tecnologías. Nunca vendrá de una buena parte de esos blogueros que proliferan en la Red y que no vienen del mundo de la empresa periodística. Porque esa es la segunda parte: hay que legislar en materia de información en Internet. No se puede dejar las puertas abiertas a cuanto mamarracho diga lo que quiera decir. Si se penan nuestros excesos en la vida cotidiana, Internet no debe ser un ámbito ajeno a ésta, y la ley debe extenderse a la Red de igual forma que hoy vemos con normalidad la legislación comunitaria. Sé que esto no les gusta a muchos apóstoles de Internet, pero no hay otra forma de hacerlo. Ni sería lógico. Es decir, si escribiendo un libro estoy sujeto a la legislación, ¿por qué no voy a estarlo escribiendo en digital? No hay ninguna razón para ello. Se fabrican coches que pueden circular a doscientos cincuenta por hora, pero no se permite circular a esa velocidad. Así de sencillo.
Después, hay que ser un poco más objetivos. Cuando se hacen afirmaciones como que Obama ha triunfado por saber utilizar la red, parece que no haya utilizado el resto de los medios. Nadie tiene información suficiente que permita afirmar con esa radicalidad tal cosa. Seamos críticos y objetivos, y no elucubremos como solemos hacer con demasiada frecuencia. Hay afirmaciones que no tienen sentido por mucho que nos intentemos tapar los ojos, como fue hace poco la supuesta utilidad de Twitter en la crisis iraní. Tampoco me creo que el modelo del periodismo futuro sea la información por nichos que predica Waldman. Información por interés temático “local” ha existido siempre con las publicaciones especializadas, que creaban en torno al papel redes de interés común. De ahí a hablar de futuro del periodismo basado en ese tipo de redes creadas en oro soporte, en esta ocasión digital, es hacer predicciones puramente especulativas, como pudiera yo afirmar que el futuro estará en la universalidad de los emisores para todos los receptores: la red total y sin trabas. ¡Tonterías! No porque nos e pueda, sino porque no tendría sentido.
El modelo de Olojede y su experimento con Next es, en cambio, creíble, porque de lo único que habla en el fondo es de cambiar la tecnología con la que trabaja el periodista de siempre. En definitiva, cambiar el plomo por el offset. El resto de las experiencias americanas que Carlin recoge, como muchos otros autores (Washington Post, Wall Street Journal…), no dejan de ser interesantes aportaciones en un momento en que nadie sabe a ciencia cierta cómo evolucionará el sector. La misma conjetura de Carlin sobre la posibilidad de los cambios de hábitos de nuestros jóvenes que puedan dejar en la cuneta a los blogueros más radicales no deja de ser un escenario hipotético como muchos otros. No olvidemos que lo que pase en el periodismo estará afectando también radicalmente al mundo de la literatura, que también se enfrenta con el mismo problema del soporte.
Una vez más, no debemos onfundir el periodismo con la información en una época en la que se ha fraguado un nuevo calificativo para la Sociedad de la Información en la que algunos dicen que vivimos. Ese término es el de “infoxicación”: una gripe informativa de virulencia superior a la gripe A que atraviesa el planeta. No en balde nos recuerda Miguel Ormaetxea, director de Dinero, que “la información personalizada, especializada, las síntesis significativas, las tendencia de fondo, la prospectiva, la inteligencia económica y policía, van a ser pilares diferenciadores en la competencia global”. En definitiva, que haya mucha gente que escriba en nuevos canales universales y sin coste no significa nada para el periodismo del futuro.
Tengo serias dudas respecto a que cada vez haya más lectores. Una mirada a nuestro alrededor no parece confirmar esa optimista visión. Hay una pérdida generalizada de lectores tanto en papel como en Internet, y lo más creíble es que unos y otros sean los mismos. La diferencia de Internet es que se parte de cero. Las cifras, entonces, hay que ponerlas en relación con otros indicadores. El mismo Carlin habla de que en USA se perdieron 13 millones de ejemplares en papel diarios en un periodo de 15 años, y el crecimiento desde cero en Internet no tiene por qué significar –ni mucho menos- que sean los que se han perdido en papel.
El artículo empieza con una cita de una de las obras de Dickens, escrita a mediados del siglo XIX y ambientada en la revolución Francesa. Un periodista que relataba la transformación tecnológica en ciernes, que aventuraba la explosión de las revoluciones industriales por toda Europa. En definitiva, un proceso de transformación tecnológica como todos los que se han producido a lo largo de los siglos. Efectivamente, marcan el inicio de nuevas épocas, pero jamás significaron transformaciones socioeconómicas implantadas en breves periodos de tiempo. Todo lo contrario, en España, por ejemplo, tardaríamos un siglo en ver la transformación que había sufrido la Inglaterra de cien años antes.
Una reconversión necesaria
Lo que sí es muy evidente es de que la industria periodística tiene que vivir una enorme transformación en su modelo de negocio. Con Internet y sin Internet. No es explicable, si no es por la vía de las subvenciones oficiales, la existencia por ejemplo del número de cabeceras actualmente existente en Galicia, un mercado muy limitado donde sólo hay que ver la cifra de ejemplares vendidos de su cabecera más importante (no hablo de audiencias, que eso es otra historia menos creíble por mucho que se empeñen los marquetinianos de la industria y los controladores que quieren mantener su negocio). Es decir, aunque no existiera Internet no es mantenible un sector como el actual sin una profundísimas transformación y concentración.
La fuga de la publicidad ha acelerado el proceso, pero no se engañen. En valores absolutos, las cifras que se manejan en Internet son todavía ridículas. La Comunicación es el primer gasto que acusa una crisis económica. Pregúntenles a quienes trabajan en comunicación empresarial. Muchos de nuestros directivos aún no creen en sus virtudes, y piensan que el gasto en comunicación es un gasto perfectamente suprimible o rebajable dentro de los presupuestos de las empresas. Así que tampoco echemos las campanas al vuelo diciendo que está provocado directamente por Internet. Influye, por supuesto, pero no es la causa principal.
Hubo una época no lejana que preconizaba el futuro de la prensa local; otra, con el furor de los gratuitos; siempre, con los medios en Internet. Pero la realidad es la que es, y mientras no se encuentre un modelo de negocio para la información en Internet, no hay desarrollo posible, porque no existe servicio si no es contra un precio que cubra sus costes y un margen razonable de beneficio.
Curiosamente, los modelos periodísticos que más impacto están teniendo en Internet no son los modelos de los medios tradicionales (en España, El País, ABC, Mundo, etc.), que se limitan en buena manera a trasladar al formato web sus periódicos en papel, sino los conocidos como “confidenciales”, prensa que publica información en muchas ocasiones sin contrastar debidamente y no siempre de muy buena fuente. Son modelos sencillos y ágiles, cuyos ingresos derivan también en buena medida de los patrocinios empresariales símiles a publicidad.
Tres corrientes de opinión
Hoy, existen como tres grandes grupos jugando en la arena del circo de la información: los medios tradicionales, dentro de los que también hay diferencias, pero que en general no creen en la desaparición del modelo papel, aunque sí (en mayor o menor medida) en su transformación. Digamos que son la derecha política, en algunos casos bastante centrista. Por otro lado, los blogueros, en el extremos opuesto, digamos que ocupan la izquierda del espectro., y también con diferentes tintes de radicalidad. Y los que creemos que Internet transformará el mapa mediático, pero ni con la radicalidad que preconizan los blogueros ni con la incredulidad de lo que Carlin llama ‘viejos rockeros’. La historia ha dado siempre buena muestra de ello en ocasiones parecidas. Después de todo, aún seguimos bebiendo (queramos o no) de los griegos tres mil años después.
Personalmente, me gusta poner un ejemplo personal. Yo he trabajado con el primer PC de mi empresa. Era joven y radical en muchos aspectos, y también creía que aquello iba a eliminar las imprentas en breve plazo. Fui pionero en utilizar programas en una empresa no informativa como el PageMaker para maquetar nuestras propias publicaciones. Estoy hablando de hace un cuarto de siglo. Pues todavía, veinticinco años después, hay imprentas y las publicaciones siguen yendo a las máquinas. Y lo seguirán haciendo durante mucho tiempo. Evidentemente ya no hay plomo, como sí he visto en algunos periódicos cuando era estudiante, pero sigue habiendo grandes áreas de impresión para los mismos cometidos. En resumen, los cambios son profundos, pero no tan rápidos como creemos, y las tecnologías conviven durante mucho tiempo. Hoy tenemos móviles, pero también aparatos muy semejantes a los de Graham Bell.
En cualquier caso, hay que solucionar muchos temas. Fundamentalmente en relación a los derechos de propiedad intelectual. Si no hay derechos, no hay información creíble. Lo que sobra hoy en día es información en Internet; lo que falta es información creíble y de calidad. Es lo que se preguntaba el senador John Kerry en 2004. Y eso debe venir de ese nuevo modelo de periodismo basado en las nuevas tecnologías. Nunca vendrá de una buena parte de esos blogueros que proliferan en la Red y que no vienen del mundo de la empresa periodística. Porque esa es la segunda parte: hay que legislar en materia de información en Internet. No se puede dejar las puertas abiertas a cuanto mamarracho diga lo que quiera decir. Si se penan nuestros excesos en la vida cotidiana, Internet no debe ser un ámbito ajeno a ésta, y la ley debe extenderse a la Red de igual forma que hoy vemos con normalidad la legislación comunitaria. Sé que esto no les gusta a muchos apóstoles de Internet, pero no hay otra forma de hacerlo. Ni sería lógico. Es decir, si escribiendo un libro estoy sujeto a la legislación, ¿por qué no voy a estarlo escribiendo en digital? No hay ninguna razón para ello. Se fabrican coches que pueden circular a doscientos cincuenta por hora, pero no se permite circular a esa velocidad. Así de sencillo.
Después, hay que ser un poco más objetivos. Cuando se hacen afirmaciones como que Obama ha triunfado por saber utilizar la red, parece que no haya utilizado el resto de los medios. Nadie tiene información suficiente que permita afirmar con esa radicalidad tal cosa. Seamos críticos y objetivos, y no elucubremos como solemos hacer con demasiada frecuencia. Hay afirmaciones que no tienen sentido por mucho que nos intentemos tapar los ojos, como fue hace poco la supuesta utilidad de Twitter en la crisis iraní. Tampoco me creo que el modelo del periodismo futuro sea la información por nichos que predica Waldman. Información por interés temático “local” ha existido siempre con las publicaciones especializadas, que creaban en torno al papel redes de interés común. De ahí a hablar de futuro del periodismo basado en ese tipo de redes creadas en oro soporte, en esta ocasión digital, es hacer predicciones puramente especulativas, como pudiera yo afirmar que el futuro estará en la universalidad de los emisores para todos los receptores: la red total y sin trabas. ¡Tonterías! No porque nos e pueda, sino porque no tendría sentido.
El modelo de Olojede y su experimento con Next es, en cambio, creíble, porque de lo único que habla en el fondo es de cambiar la tecnología con la que trabaja el periodista de siempre. En definitiva, cambiar el plomo por el offset. El resto de las experiencias americanas que Carlin recoge, como muchos otros autores (Washington Post, Wall Street Journal…), no dejan de ser interesantes aportaciones en un momento en que nadie sabe a ciencia cierta cómo evolucionará el sector. La misma conjetura de Carlin sobre la posibilidad de los cambios de hábitos de nuestros jóvenes que puedan dejar en la cuneta a los blogueros más radicales no deja de ser un escenario hipotético como muchos otros. No olvidemos que lo que pase en el periodismo estará afectando también radicalmente al mundo de la literatura, que también se enfrenta con el mismo problema del soporte.
1 comentario:
Hola, Lito! perdona que te deje esto como comentario, pero es que no he sabido encontrar tu email de contacto (bórralo cuando lo leas, claro)
Aunque te había visto alguna vez citado por la blogosfera, hasta ahora no había tenido ocasión de mirarme tu blog, que me ha parecido muy interesante. Y como andamos más o menos en el mismo gremio, te mando la dirección de mi blog por si quieres conocerlo, que igual te ha pasado como a mí, que no había entrado nunca…
El mío es Comunicación se llama el juego: http://comunicacionsellamaeljuego.com
Si te apetece que te avise por email cuando escriba una entrada nueva (suelo hacer una o dos a la semana), sobre locuras personales y distintos temas de comunicación, publicidad y periodismo, pincha aquí y pon tu email: http://feedburner.google.com/fb/a/mailverify?uri=ComunicacionSeLlamaElJuego&loc=es_ES
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Un saludo!
Pablo Herreros
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