¡No me hable de la RSC!
Una vez más hemos comprobado que el mercado no siempre busca las soluciones a sus problemas. El viejo principio liberal de que sea el mercado el que se autorregule se me antoja absurdo. Un mercado donde impera la búsqueda del máximo beneficio sólo parece conducir a la codicia desbordada, como una riada que desborda los cauces de los ríos de la regulación y los principios éticos que deben presidir nuestra conducta. Esta tendencia neoliberal entronca con el viejo principio de Friedman (‘Capitalismo y libertad’, Ed. Rialp, 1966) de que los objetivos económicos con irreconciliables con los principios sociales. Pero los últimos acontecimientos parecen contradecir esos principios potenciados con la caída del muro de Berlín y la apertura progresiva de los mercados socialistas a las reglas de juego capitalistas.
Primer fallo: ¿quién dijo ética de los negocios?
Una vez más hemos comprobado que muchos hablan de RSC pero poquísimos creen en ella. O mejor, al menos no se comportan como si creyeran en ella, y eso debe ser –irónicamente- porque cada uno de nosotros tenemos una concepción de la RSC distinta de lo que es la responsabilidad corporativa.
No es casualidad que en muchas organizaciones se esté incardinando la gestión de la RSC dentro de las funciones de Comunicación, en la que tampoco creen demasiados directivos a pesar de que tienen que soportarla no saben muy bien por qué. O quizá sí, pero desde la óptica cercenada imperante en las organizaciones sobre lo que es comunicación. En eso Camdessus tenía mucha razón cuando recientemente denunció los abusos éticos de nuestros financieros y la escasa capacidad que tiene la economía de mercado para controlar los abusos de los directivos a los que se le llena la boca con la palabra eficiencia.
La postura contraria a la de Friedman, que predica las excelencias de los objetivos sociales para crear valor en la empresa, no deja de ser también otro extremo del péndulo en el recorrido de su arco. Es más creíble la postura de Porter y Kramer (‘The competitive adventage of corporate philanthropy’, Harvard Business Review, vol. 80, nº 12, 2002), que intentan alcanzar un lugar de convergencia entre unos y otros.
Una vez más hemos comprobado que el mercado no siempre busca las soluciones a sus problemas. El viejo principio liberal de que sea el mercado el que se autorregule se me antoja absurdo. Un mercado donde impera la búsqueda del máximo beneficio sólo parece conducir a la codicia desbordada, como una riada que desborda los cauces de los ríos de la regulación y los principios éticos que deben presidir nuestra conducta. Esta tendencia neoliberal entronca con el viejo principio de Friedman (‘Capitalismo y libertad’, Ed. Rialp, 1966) de que los objetivos económicos con irreconciliables con los principios sociales. Pero los últimos acontecimientos parecen contradecir esos principios potenciados con la caída del muro de Berlín y la apertura progresiva de los mercados socialistas a las reglas de juego capitalistas.
Primer fallo: ¿quién dijo ética de los negocios?
Una vez más hemos comprobado que muchos hablan de RSC pero poquísimos creen en ella. O mejor, al menos no se comportan como si creyeran en ella, y eso debe ser –irónicamente- porque cada uno de nosotros tenemos una concepción de la RSC distinta de lo que es la responsabilidad corporativa.
No es casualidad que en muchas organizaciones se esté incardinando la gestión de la RSC dentro de las funciones de Comunicación, en la que tampoco creen demasiados directivos a pesar de que tienen que soportarla no saben muy bien por qué. O quizá sí, pero desde la óptica cercenada imperante en las organizaciones sobre lo que es comunicación. En eso Camdessus tenía mucha razón cuando recientemente denunció los abusos éticos de nuestros financieros y la escasa capacidad que tiene la economía de mercado para controlar los abusos de los directivos a los que se le llena la boca con la palabra eficiencia.
La postura contraria a la de Friedman, que predica las excelencias de los objetivos sociales para crear valor en la empresa, no deja de ser también otro extremo del péndulo en el recorrido de su arco. Es más creíble la postura de Porter y Kramer (‘The competitive adventage of corporate philanthropy’, Harvard Business Review, vol. 80, nº 12, 2002), que intentan alcanzar un lugar de convergencia entre unos y otros.
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