Rabi, un renombrado físico del siglo XX que consagró su vida al estudio de la estructura del átomo, contó en una ocasión cómo su madre le preguntaba todos los días, cuando él volvía del colegio siendo niño: "¿Has hecho hoy alguna buena pregunta?". Ese espíritu inquieto que Jennie Rabi inculcó en su hijo debería presidir también las salas de reuniones de nuestras empresas, las aulas de nuestros colegios y las paredes de las redacciones de muchos periódicos. ¿Se ha hecho hoy alguna buena pregunta, amigo lector?
Porque es este deseo de conocimiento permanente el que nos hace avanzar día a día mejorando incluso nuestras tareas más rutinarias. Quizá sea esa también la inquietud a la que se refería Barlow cuando definió la inteligencia como "la capacidad de hacer conjeturas acertadas". No se es inteligente por saber muchas cosas: entonces los ordenadores serían más inteligentes que las personas.
Se es inteligente por saber encaminar nuestro pensamiento, nuestro trabajo, nuestra vida hacia futuros que sin duda serán. La inteligencia y la locura están, por eso, mucho más cerca de lo que pensamos, y a menudo tenemos la sensación de que los muy inteligentes también están un poco locos; porque éstos se diferencian de los primeros en que los futuros que vislumbran nunca serán, aunque a veces sólo lo lleguemos a saberlo cuando el futuro ya sea presente.
Hace tiempo recibí vía e-mail (¡qué magnífica herramienta de comunicación!) un manual de estilo para el correo electrónico (díganme cuántas empresas en este país han implantado algo semejante para su correo electrónico) que me remitía Roberto Mejorada, director de Comunicación de la Universidad de Anáhuac, México, al tiempo que me obsequiaba con el último trabajo de campo desarrollado por la Universidad de California Los Angeles, titulado "Surveying the Digital Future" (Explorando el Futuro Digital). En él, Jeffrey Cole, director del centro, exponía en un sólo párrafo todo lo que hoy se puede decir sobre Internet. De forma resumida, Cole -prudente hasta lo exquisito- escribía que Internet representa el más importante avance tecnológico de nuestra generación, y que sus efectos superan a los de la televisión, pero que, a medida que pasen los años, nos daremos cuenta de que también habrán igualado, cuando menos, la influencia de cualquier otro medio impreso en nuestra sociedad. Y piensen en lo que supuso para la Humanidad que la cultura y el conocimiento abandonasen los monasterios y se expandiesen entre todas las clases sociales tras la aparición de la imprenta y el nacimiento de sus primeros productos.
No quisiera, en modo alguno, sentar cátedra con esta primera aproximación a todo lo que deja presagiar el título: a veces, los títulos abren esperanzas que el autor no puede satisfacer. Pero, en cualquier caso, quisiera que fuera, cuando menos, una buena pregunta a nuestro sector, a la Comunicación Empresarial, vista desde a óptica de quien ha desarrollado una buena parte de su labor en el sector financiero.
Vayamos, pues, a la tarea:
¿Existe la Comunicación Empresarial?
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