martes, marzo 29, 2005

El pensador

Es la imagen que me viene a la cabeza. En mis años de estudiante, era una fotografía en los libros de Arte, más bien pequeña, proporcionada, como las de Miguel Angel, aunque después de que el David pasara por el gimnasio. Cuando la vi en original, en Estrasburgo, se convirtió en un enorme coloso que hacía más familiar y real la obra de Rodin, pero más lejana la de los neoclásicos que miraban en el espejo grecolatino.

¿Qué pensará el pensador, soportando sobre los hercúleos brazos sus extraños pensamientos? Quizá adivine que este teatro que es la vida no tiene remedio. Mientras los políticos achacan a la profesión periodística y al espíritu empresarial esa deleznable realidad que es la telebasura, que se justifica en la supuesta libertad del espectador y en las medidas de audiencias, por otro lado criticadas, un paisano reflexivo y por tanto crítico, como Manuel Rivas, retoma el término de "fax-cismo" para rechazar una realidad mediática que dista mucho de obedecer únicamente a esa invasión de información que los teóricos denominan "infoxicación".

El pensador es más crítico que el espectador; el pensador es reflexivo, el espectador pasivo. Sin embargo, los medios escritos modernos, que teóricamente deben asemejarse a la figura del pensador, distan mucho de una información de calidad que fomente el análisis y el debate democrático. Los faxes, querido Manolo, son un síntoma, no una causa, y lo que hay que plantearse es si podemos seguir manteniendo un modelo de empresa informativa donde los únicos criterios de dirección sean el índice de audiencia y la sumisión.

No, la realidad es obcecada y testaruda; la situación de los medios de comunicación no obedece única y exclusivamente a los factores con que se justifican en las páginas diarias. La inexistencia de espíritu crítico entre los periodistas nace también en su formación, muy deficiente, incluso peor desde que se fomenta la creación de escuelas de formación de las propias empresas mediáticas que sólo sirven para romper aún más un mercado de por sí precario, o desde que la administración sostiene con subvenciones públicas y dinero de todos los ciudadanos empresas que, de otra forma, se verían claramente abocadas a una fuerte competencia y, en muchos casos, a la desaparición o reconversión.

Efectivamente, debemos rechazar un modelo de información que se esconde en los 'gustos' del público, cuando al público jamás se le ha dado la opción real de una programación alternativa de calidad. Pero somos nosotros, los profesionales de los medios, las empresas informativas, los que debemos empezar reconociendo nuestra propia contribución a lo que hoy padecemos.

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